Los Césares
y otras obras selectas
Thomas De Quincey
Los Césares
“Las
circunstancias de los emperadores romanos nunca se han valorado en su
justa medida, ni se ha considerado hasta qué punto fueron únicas.”
Con esta prometedora frase arranca De
Quincey su ensayo, en el que se propone estudiar la trayectoria de
los emperadores romanos. Quizá promete algo que luego no da.
Arranca De Quincey la saga de los
césares con los de la gens Julia (Julio César -al que
considera el primer emperador-, Augusto, Tiberio, Claudio, Calígula
y Nerón) pero no describe sus gobiernos, sino que refiriere
anécdotas de sus vidas privadas para componer un retrato un tanto
maniqueo de cada uno de ellos. A pesar de ello la prosa, como siempre
en De Quincey, es opulenta y al placer de leerle se unen las
impagables anécdotas del sanguinario Calígula y los intentos de
Nerón de asesinar a su madre Agrippina empleando diversos ingenios
mecánicos. Cuando termina con la casa Julia, indaga en las posibles
causas del comportamiento de sus miembros más desequilibrados y
aventura dos hipótesis: la primera, compuesta por tres causas, se sustenta en que
la población de Roma, tras las guerras civiles, ya no era la que
pobló originalmente la ciudad, sino el resultado del mestizaje con
asiáticos (aquí De Quincey es como sus contemporáneos y desprecia
todo lo oriental), además la religión de la época era muy arcaica
y no imponía modelos de conducta y en tercer lugar, el espectáculo
del Circo hizo sentir la vida como algo frívolo; la segunda
hipótesis, más sencilla, supone que Calígula y Nerón simplemente
estaban locos.
Prosigue De Quincey su particular
clasificación de los emperadores romanos agrupando a continuación a
los césares comprendidos entre Cómodo y Felipe el Árabe, tratando
previamente, al margen de su clasificación de los emperadores en series, los reinados de Adriano, Antonino Pío, Marco Aurelio y
Lucio Vero (a los que llama emperadores patriotas y saltándose, sin
dar ninguna explicación, a Domiciano, Nerva y Trajano). En este caso
el enfoque deja de ser anecdótico y se describen los sucesos
principales de cada reinado, indagando también en las causas de la
decadencia.
De Quincey delinea una tercera saga
de césares que empezaría con Decio y aprovecha esta secuencia
de emperadores para extraer las conclusiones de su ensayo, incluyendo finalmente una cuarta serie de soberanos que arrancaría con Diocleciano.
En general el ensayo es algo
desorganizado. Agrupa a los emperadores arbitrariamente sin dar
explicaciones de los motivos de esas series de césares. Se salta
emperadores muy importantes sin hacer el más mínimo comentario y el
criterio que emplea para extenderse o no en los hitos de cada reinado
es inescrutable para el lector. Pero por encima de cualquier otra
consideración, se lee con gusto y muestra gran erudición.
Otras obras selectas
El volumen de Valdemar se completa con
otros tres ensayos. Uno sobre Judas, en el que se enfoca al personaje
como intérprete político de las enseñanzas de Cristo para
restaurar la Casa de David. Otro sobre Homero, en el que cita los
primeros trabajos, basados en el estudio lingüístico de sus obras,
que conjeturan la posibilidad de que Homero sea una figura ficticia y
la “Iliada” una acumulación de modificaciones realizadas por
manos anónimas. El tercero y último reivindica la figura de Heródoto como prosista e historiador.
La edición, como siempre en Valdemar, es lujosa y está cuidada al detalle. El único pero que le pongo son las
inexistentes notas a pie de página (se encuentran todas al final del volumen), que vendrían muy bien para
consultar la traducción de las abundantes citas latinas y griegas.