lunes, 26 de marzo de 2012

Las monarquías de Dios

Las monarquías de Dios
Paul Kearney
 I. El viaje de Hawkwood
II. Los reyes heréticos
III. Las guerras de hierro
IV. El Segundo Imperio
V. Las naves del Oeste
 
El viaje de Colón. El cisma de Lutero. Solimán invadiendo Europa. La isla del doctor Moreau. Aníbal cruzando los Alpes. Los Austrias construyendo reinos mediante enlaces matrimoniales. Los espartanos... Hay una trasunto de cada uno de esos episodios en esta saga. Todo entreverado con una cuestión relacionada con la magia.

En el segundo de los libros (son cinco pero forman una única novela) la cuestión mágica queda desmontada y respecto a esa parte de la trama solo resta esperar acontecimientos (el propio autor nos revela cuáles serán aunque falten aún tres libros para llegar al final). Ese es un pero a la saga porque nos roba una parte de la historia pero no consigue que el conocimiento de acontecimientos posteriores añada tensión. Otro es la irritante costumbre de presentarnos personajes perfectamente conocidos en cada aparición de los mismos al cambiar de libro (quizá se deba a que los libros en inglés se publicaron espaciadamente y el autor pretendía evitar el despiste de los lectores; ¿no habría sido más práctico un glosario?).

En el haber casi todo lo demás. Los asuntos políticos, navales y militares están narrados con pericia, dándoles gran verosimilitud; de hecho son mucho más absorbentes que los aspectos mágicos de la historia y creo que constituyen la parte más brillante de la saga. Siguiendo (por fortuna) la tendencia actual del género, los personajes intentan estar vivos; dudan, escogen y rectifican (o no).

Una auténtica novela de aventuras. Enormemente entretenida y a ratos trepidante.

martes, 13 de marzo de 2012

La nave de los muertos


La nave de los muertos
B. Traven

Un marinero norteamericano pasa su noche libre en un burdel. Se despista, no embarca a tiempo y queda abandonado sin documentación en el puerto de Amberes, pues su tarjeta de marinero y su pasaporte estaban en el camarote del barco que acaba de partir.

Pronto empieza a tener problemas con la policía. Sin ningún documento que acredite su nacionalidad queda convertido en un paria que no recibe ayuda de nadie: policías y cónsules tratan de librarse de él haciéndolo pasar de un país a otro.

¿A quiénes perjudican los pasaportes y los visados de entrada a un país? A los trabajadores. ¿A quiénes perjudican las restricciones de inmigración en Estados Unidos y otros países? A los trabajadores. ¿Quién promueve y qué poder respalda esas leyes que aniquilan la libertad del hombre, que lo obligan a vivir donde no quiere vivir, que le impiden ir donde desee? Las promueven y las respaldan las asociaciones de trabajadores. Una bestia dentro de la bestia: "Yo protejo a mi estirpe; quien no pertenece a mi estirpe no es responsabilidad mía, que se preocupe él de salir a flote; y si se hunde, mucho mejor, así me libro de un competidor" . Yes, sir.

Recorre, bien a pie, bien en tren viajando sin billete, Bélgica y Holanda. Llega a París, donde consigue subsistir con ocupaciones eventuales (sin documentos que acrediten su identidad le resulta imposible trabajar). Finalmente se dirige a España.

Hay un montón de países donde no tener una casa donde vivir y carecer de recursos económicos es un delito. Casualmente son los mismos donde un ladrón de guante blanco no es un delincuente, sino alguien que se esfuerza por llegar a ser un ciudadano respetable.
(...)
Cualquier país que presume de la libertad que presuntamente existe dentro de sus fronteras me resulta sospechoso. Y cuando veo que a la entrada de un puerto de un gran país han colocado una estatua gigantesca que representa a la libertad, no necesito que nadie me diga lo que ocurre detrás de esa estatua. Cuando uno tiene que ir pregonando a voces: "¡Somos un pueblo de hombres libres!", es que quiere ocultar el hecho de que la libertad se la han dado a los perros o que ha desparecido entre cientos de miles de leyes, ordenanzas, disposiciones, instrucciones, reglamentos y porras de policía, que la han devorado como si fueran ratas, y solo han quedado los gritos, el eco atronador de los clarines y la figura de una diosa que representa a la libertad.

En el puerto de Barcelona se encuentra con un barco que le acepta como parte de la tripulación. Un barco lleno de personas que han perdido su capacidad de elección y que se ven abocadas a trabajar en la esclavitud.

La verdad es que no se necesitan directores generales ni mariscales, pero la fe llena de oro los sacos vacíos, convierte en dioses a los hijos de los carpinteros y corona como emperadores a tenientes de artillería [se refiere a Napoleón], cuyo nombre brillará durante miles y miles de años. Si logras infundir fe en los hombres, se enfrentarán al mismísimo Dios y lo echarán a palos del Cielo para sentarse en su trono. La fe mueve montañas, pero la falta de fe rompe las cadenas de la esclavitud.
(...)
He visto asnos vendidos a personas que les daban un trato espantoso y, siendo animales, prefirieron dejar de comer y morirse de hambre antes de seguir aguantándolo. Nadie pudo hacerles cambiar de actitud, ni siquiera ofreciéndoles maíz. ¿Pero el hombre? ¿El Señor de la Creación? A él le encanta ser esclavo, está orgulloso de poder convertirse en soldado y caer en el frente destrozado por la metralla, le encanta que le den latigazos y que lo martiricen. ¿Por qué? Porque puede pensar y alberga esperanzas, porque confía en que tarde o temprano le irá mejor. ¿Compasión por los esclavos? ¿Compasión por los soldados y por los veteranos mutilados? ¿Odiar a los tiranos? ¡No! Primero aparecen los esclavos y después el dictador.

Tras diversas peripecias el barco arriba a Dakar donde nuestro protagonista es secuestrado por la tripulación de otro buque que necesita un fogonero. En ese último trayecto siguen las reflexiones, las conclusiones derivadas de la peripecia personal.

La época de los tiranos, la época de los déspotas, de los monarcas absolutos, de los reyes, de los empleadores y sus lacayos y sus criados ha quedado superada, superada por una época en la que domina otro tirano aún mayor: la época de las naciones, de las banderas,  la época del Estado y sus servidores.

Si elevas la libertada a la categoría de símbolo religioso, desencadenarás las guerras de religión más sangrientas. La verdadera libertad es relativa. Ninguna religión es relativa. La menos relativa de todas es la codicia y el afán de lucro. Esa es la religión más antigua, la que tiene los mejores clérigos y las iglesias más hermosas. Yes, sir.
(...)
[Tras la Gran Guerra] Los Gobiernos firmaron un tratado y los grandes ladrones se sentaron a celebrar un repugnante banquete de reconciliación, mientras que los trabajadores y la gente humilde de todos los países tenían que pagar los gastos del incidente, las facturas del hospital, los costes del entierro y el banquete de reconciliación. A cambio, les permitieron recibir con gritos de júbilo, banderitas y pañuelos a los soldados que volvían del frente.

Esta novela se publicó en 1926. La escribió B. (¿Bruno?) Traven, quien enterró todo su pasado cuando emigró a Estados Unidos de forma que no se sabe a ciencia cierta cómo se llamó, dónde nació o a qué se dedicó antes de su etapa norteamericana.

Era como si las estrellas nos estuvieran diciendo: "Somos tu paz y tu descanso, aunque nosotras estemos envueltas en las llamas del desasosiego y nos devore el fuego de la creación, el fuego del génesis. Si lo que buscas es la paz y el descanso, no huyas a las estrellas. ¡Nosotras no vamos a poder darte lo que solo existe en tu interior!"