Caballo Loco y Custer
Stephen
Edward Ambrose
En la contraportada del libro nos avisan de la bella
narración que hace Ambrose de la vida de estos personajes. No sé qué le
parecerá a un latinoamericano la traducción, pero a mí me ha costado leerla;
reportar por informar, unos cuantos giros típicos de aquellas tierras, amén de
una decisión cutre para expresar las cifras numéricas (“10 mil”, “20 mil”, etc ¿?) hacen que la supuesta belleza quede un tanto ajada. Aún así hay buenos
momentos, pero se queda uno con las ganas de una traducción mejor hecha. En
cualquier caso es un libro apasionante que recorre, desde su nacimiento, las
biografías de Custer y Caballo Loco.
La vida de Custer, lógicamente, se conoce con mucha más
precisión. Su carácter impulsivo, poco dado a la reflexión y al cálculo, junto
a su apostura física y a su ambición le hicieron destacar desde la adolescencia. Tanto
impresionó a determinados contactos que, siendo hijo de una familia humilde,
consiguió ingresar en la exclusiva West Point donde su carisma lo convirtió en
una estrella. La Guerra Civil, en la que se valoraba más el resultado que el
modo en que se conseguía (esto es: las bajas no se tenían en consideración), lo
catapultó momentáneamente al rango de general y lo llevó a coquetear en la
palestra política de la posguerra. Los conflictos indios, debidos a la
ocupación de sus tierras por los colonos, los buscadores de oro y los
ferrocarriles, y también a la incomprensión de los respectivos modos de vida,
provocaron el encuentro de los dos protagonistas de esta historia.
De Caballo Loco se conocen menos cosas. Los indios no
tenían cronología y su tradición era oral. Fueron un pueblo nómada, en
permanente conflicto con el resto de tribus (conflictos muchas veces
incruentos, que con mucha frecuencia tenían más de exhibición que de violencia
física), que vivía de la caza y del pillaje sobre otros poblados indios. Todos
los hombres del poblado, con la excepción de los chamanes, eran cazadores y
guerreros y, también desde muy joven, Caballo Loco destacó por su habilidad en
ambas actividades.
Lo que más me ha gustado del libro es el reflejo del modo
de vida indio. La vida cotidiana consistía en cazar, preparar comidas, mantener
los tipis y los útiles de trabajo y, una vez terminadas esas
actividades, en jugar con los hijos, hablar y reunirse. No se concebía la
propiedad privada al margen de la comunidad: se podía poseer un gran número de
caballos pero, en caso de necesidad común, el poblado tenía derecho a usarlos.
Tampoco existía un liderazgo como el que conocemos en nuestra cultura; un líder
indio podía decidir ir a la guerra, pero cada indio individual tenía libertad
para sumarse o no al llamado. Da que pensar. Quizá hayan sido el último pueblo
libre de Occidente.
Con esas premisas el choque con unos Estados Unidos en
permanente expansión era inevitable. Como también lo era el final del modo de
vida indio, pese a victorias pírricas como la de Little Bighorn. A pesar de la
iconografía de Hollywood, todos los grandes líderes indios eran conscientes de
que no podían ganar aquella guerra. Lo que les diferenció fue el modo de
aceptar la derrota. La mayoría optó por amoldarse a las exigencias del hombre
blanco y resignarse a malvivir en las reservas, donde languidecieron hasta
convertirse en espectros. Los menos decidieron mantener su modo de vida
ancestral mientras quedaran búfalos para alimentarse. Caballo Loco y Toro
Sentado fueron dos de ellos. Los principales. Ambos murieron asesinados a
instancias de los jefes indios que decidieron quedarse en las reservas, pues
consideraron que aquellos dos guerreros rebeldes amenazaban su autoridad ante
su propio pueblo y su posición ante el hombre blanco.