viernes, 30 de agosto de 2013

Allegro ma non troppo

Allegro ma non troppo
Carlo Maria Cipolla

En el segundo ensayo de este breve libro se formulan las Cinco Leyes Fundamentales sobre la estupidez humana más un corolario de la Quinta Ley. Mediante un agudo análisis se clasifica a los individuos como incautos, inteligentes, malvados o estúpidos y se describe un método gráfico que permite ubicarlos en un cuadrante cartesiano de acuerdo al grado de ingenuidad, inteligencia, maldad o estupidez que muestren en sus acciones para con otros individuos. Al final del ensayo se facilitan una serie de gráficas para que el lector pueda realizar un seguimiento sistemático del grado de estupidez de las personas con las que trata habitualmente.

El primer ensayo es menos práctico pero más sabroso pues explora cómo la pimienta influyó decisivamente en la economía de la Edad Media, así como en el desencadenamiento de las Cruzadas. Está hecho con tanto primor y es tan agudo y atinado que solo me atrevo a citar una de las reflexiones que lo trufan:

El caso es que los italianos habían intuido el enorme potencial comercial que proporcionaba la ocupación cristiana de la Tierra Santa (…) y los italianos se adueñaron del comercio y obtuvieron beneficios mopolísticos notables. Si lo hubieran hecho los holandeses, los alemanes o los ingleses, habrían sido citados en los manuales de historia como ejemplos admirables de ética protestante y encomiables campeones del protocapitalismo. Tratándose tan solo de italianos, fueron definidos como ejemplos deplorables de avidez y de falta de escrúpulos comerciales.

Si un divertimento de Mozart fuera literatura en vez de música, sería como este libro.

jueves, 29 de agosto de 2013

Viaje sentimental por Francia e Italia

Viaje sentimental por Francia e Italia
Laurence Sterne

Como nuestro Lope, Sterne fue hombre de Dios pero pecador impenitente. Degustó los placeres de la vida sin que su condición de clérigo le pareciera un impedimento. Ya en la cuarentena descubrió la literatura y se dedicó a ella. Su fama fue tal que en cierta ocasión recibió en su domicilio una carta procedente del continente en la que como único destinatario figuraba “para el autor de Tristam Shandy”.

- Estas cosas – dije – las tienen mejor organizadas en Francia.

- ¡Ah! ¿ha estado en Francia? - preguntó el caballero que hablaba conmigo, volviéndose al punto con la expresión más cortésmente triunfal que imaginarse pueda.

- Es curioso observé, mientras iba cavilando – que una simple travesía de veintiuna millas, pues no hay ni una más entre Dover y Calais, pueda otorgar semejantes derechos a un hombre. Es algo que me propongo examinar.

Y así comienza este viaje en el que no se detallan paisajes ni monumentos ni se glosan personajes famosos ni se trata de otra cosa que no sean las pasiones humanas. Siempre con gran ironía y sin ahorrar dardos envenenados contra el propio estamento religioso:

Pero hay que distinguir – dije poniendo la mano sobre la manga de su hábito en respuesta a su mirada -, hay que distinguir, Padre, entre los que solo desean comer el pan ganado con su propio trabajo y los que desean comerse el pan ganado con el trabajo ajeno, sin otro objetivo que el de abrirse camino en la vida arrastrándose entre la ignorancia y la mendicidad... “por el amor de Dios”.

O aristocrático:

Por mi parte, creo que pueden observarse mejor los matices justos y precisos del carácter nacional en estas absurdas minucias que en los más importantes asuntos de Estado, terreno en el que todos los grandes hombres de todas las naciones se portan y comportan de manera tan semejante que, lo que es yo, no daría ni un penique más por uno que por otro.

Sterne fue un enamorado de la vida y de los hombres (y más aún de las mujeres). Conversador brillante, fue la estrella de los salones de la época. En Inglaterra su vida desenfadada le hizo ser reprobado y vituperado, pero fue admirado en Alemania e idolatrado en Francia. La Parca le impidió completar este viaje sentimental y su pluma no llegó a la soleada Italia.

Cuando el camino es demasiado áspero bajo mis pies, o demasiado empinado para mi aliento, lo abandono para adentrarme en algún suave y aterciopelado prado que la fantasía ha sembrado de rosas para mí, y después de dar unas vueltas por él, puedo volver más fuerte y más animado a la realidad.


viernes, 23 de agosto de 2013

La verdad sobre el caso Harry Quebert

La verdad sobre el caso Harry Quebert
Joël Dicker

Una nueva excepción a la regla y otra novedad que se cuela en la abominable pila de lecturas pendientes. Esta vez el tiro ha salido por la culata.

La primera novela del joven Joël Dicker utiliza el viejo truco del libro dentro del libro. La escritura de una novela a partir de una investigación policial constituye la propia novela de Dicker. La trama está muy pensada y por momentos resulta intrigante, pero el exceso de giros argumentales (frenéticos en la última parte del libro) terminan por provocar indiferencia. Como la prosa es corrientísima, no existe tensión en el relato, muchos de los personajes y situaciones son de una ingenuidad angelical y el número de páginas hace que la novela parezca un grimorio, se termina la lectura con la sensación de haber caído en el timo del tocomocho.

Irónicamente todos los escritores y novelas que aparecen en este libro son magníficos. Quizá algún día suceda lo mismo con Dicker y su obra pero me temo que ese día queda lejos.

martes, 13 de agosto de 2013

El rey oculto


El rey oculto
David Gemmell

En 2003 Gigamesh comenzó a publicar la obra de David Gemmel, un autor de género fantástico desconocido en España aunque exitoso en Gran Bretaña. La editorial eligió como carta de presentación la serie Drenai; nueve libros de los que hasta ahora se han publicado siete.

Los nueve libros giran en torno a las relaciones entre el imperio de los drenai y las tribus nadir. Los seis primeros se articulan alrededor de las andanzas de dos personajes (los tres primeros los protagoniza el turbio y atormentado Waylander y los tres siguientes el bestial Druss).

Este séptimo hace referencia a hechos y pesonajes conocidos en los libros anteriores (lo que sirve de ambientación) pero se puede leer de forma independiente. Al contrario que sus antecesores, prescinde de un protagonista único y son varios personajes los que ocupan la pista central. Por lo demás, el estilo y el contenido son idénticos a lo que ya conocíamos: prosa directa, héroes sucios, emociones encontradas y mucha acción. Muy entretenido.

domingo, 4 de agosto de 2013

Todo lo que era sólido

Todo lo que era sólido
Antonio Muñoz Molina

A priori Antonio Muñoz Molina, articulista de El País, próximo durante muchos años a las posiciones del PSOE y militante comunista en su juventud, no reúne las condiciones para hacer un relato ecuánime del momento actual. Sin embargo, Antonio Muñoz Molina ha vivido fuera de España varios años (lo que da algo de perspectiva) y además es un escritor sensible y un hombre inteligente. Leyendo “Todo lo que era sólido” queda la sensación de que ha volcado mucho de sí mismo para tratar de purgar, al menos en el papel, las culpas de los españoles en lo referente a esta crisis brutal que lo está asolando todo.

Para empezar comienza consigo mismo, reconociendo cómo la militancia política ciega si no se pone cuidado. Recuerda cómo él en su juventud exculpaba a Stalin y a Castro de sus crímenes con tal de no dar argumentos “al enemigo”. Recuerda los disparates vertidos desde innumerables foros sobre la figura de Franco y la hipotética bondad de su dictadura. Recuerda sus comienzos en el ayuntamiento de Granada y al primer alcalde del PSOE, que ni siquiera cobraba por ejercer como tal, mientras que el segundo (del mismo partido político) ya ingresaba suculentos emolumentos y cacareaba en uno u otro tono según soplara el viento de los votos.

Hay dos capítulos demoledores en los que recoge datos aparecidos en la prensa sobre municipios ignotos de menos de mil habitantes que proyectaron y construyeron miles de viviendas con el objetivo (irreal, alucinado) de decuplicar su población en unos pocos años.

Recuerda su estancia en el Instituto Cervantes de Nueva York y las innumerables visitas de diversos presidentes de comunidades autónomas con séquitos centenarios gastando dinero a espuertas para publicitar no se sabía muy bien qué.

Nos recuerda sobre todo que poco a poco, de un modo imperceptible, la función política ha ido quedando en manos de bufones, de gente sin aptitudes ni conocimientos; individuos preocupados solo por el titular de prensa de mañana y por su propio bienestar dentro de la organización política en la que hacen de parásitos.

Uno de los rasgos más sorprendentes de la innumerable clase política española es la conformidad. Los dirigentes de cada partido son reelegidos una y otra vez con unanimidades norcoreanas. En los salones de actos en los que celebran sus congresos y aplauden con disciplinada devoción y levantan la mano en los momentos requeridos no hay probablemente nadie a estas alturas que no tenga un puesto bien remunerado, que no viva desde hace muchos años del dinero público. Algunos veteranos de los que tenían veintitantos años a finales de los setenta siguen ganando elecciones, o han llegado a la edad de jubilación presidiendo con aposturas patricias empresas públicas o privatizadas en las que cobran sueldos de plutócratas, cajas de ahorros a las que han llevado impávidamente a la ruina. Y también hay ya una segunda y hasta una tercera generación de cargos que han convertido en privilegio hereditario lo que empezó tan improvisadamente en los años primeros de la Transición, que no han respirado otro aire ni estudiado otra carrera que la del medro político.”