Sobre la brevedad de la
vida, el ocio y la felicidad
Lucio Anneo Séneca
La mayor parte de los
mortales, Paulino, se queja de la malevolencia de la naturaleza
porque nos engendra para un período escaso, y ese tiempo concedido
se nos pasa tan rápido y veloz que, exceptuando a muy pocos, al
resto le abandona la vida durante los propios preparativos de la
vida. De esa desgracia tenida por común no sólo se queja la gente y
el vulgo ignorante; también su sentimiento ha suscitado las
lamentaciones de los hombres esclarecidos. De ahí esa exclamación
del mayor de los médicos: “La vida es breve y el arte larga”. De
ahí el litigio, impropio de un hombre sabio, del exigente
Aristóteles contra la naturaleza: “Por ser tan concesiva en la
edad de los animales, que les asigna hasta cinco o diez generaciones,
y al hombre, nacido para tantas y tan grandes cosas, le señala un
término mucho más corto”. No tenemos poco tiempo, sino que
perdemos mucho. La vida es lo bastante larga y, si toda ella se
invierte bien, se concede con la amplitud necesaria para la
consecución de la mayor parte de las cosas. Pero si transcurre entre
exceso y negligencia, y no se emplea en nada bueno, sólo cuando nos
oprime la última hora sentimos que se va lo que no comprendimos que
pasaba. Lo que significa que no recibimos una vida breve, sino que la
abreviamos; y que no somos indigentes de vida, sino derrochadores.
Así como riquezas abundantes y propias de un rey, si caen en mal
dueño, al momento se disipan, y una fortuna módica, si la lleva un
buen gestor, crece al usarla, así nuestro tiempo de vida rinde mucho
a quien lo administra bien.
Y todo es así. A la
riqueza del contenido le acompaña la riqueza de la expresión pero
presentada con elegancia y discreción, casi como si no estuviera.
Proporciona el placer de leer sin que apreciemos ningún esfuerzo: es
tan fresca hoy como debió serlo cuando se escribió hace dos mil
años. Por eso es un clásico y también un placer.