Hitler (1889-1936)
Ian Kershaw
Primer tomo de la
monumental obra de Kershaw, historiador medievalista a quien se
encargó en 1989 la ejecución de un estudio sobre el dictador que
clarificara el confuso panorama biográfico disponible sobre el tema.
Diez años de trabajo le llevaron a Kershaw ejecutar el encargo, como
él mismo cuenta en su reflexión inicial sobre el personaje,
escrutando una jungla de testimonios, biografías, tesis, artículos
y documentos de todo tipo en los que se mezclaban realidad, ficción,
deseos y juicios de valor.
Lo más interesante del
planteamiento de Kershaw es que no se limita a aportar una catarata
de datos (que la hay, minuciosamente respaldada por bibliografía y
fuentes consultadas), sino que encuadra al personaje en su tiempo y
en su sociedad. El don nadie sin ninguna cualificación profesional
que prefería el ensueño a la realización de los planes, que llegó
a vivir en la indigencia y a quien quizá salvó de un final
anticipado la Primera Guerra Mundial, durante la cual tuvo un
comportamiento de fanática fidelidad que no escapó a la observación
de los mandos. El final del conflicto fue un trauma para el ya no tan
joven Hitler, que como en ocasiones anteriores se apresuró a
pergeñar una explicación que pudiera justificar la derrota aunque
para ello tuviera que prescindir de los hechos.
Ante las nulas
perspectivas profesionales, fue su obsesión en permanecer en el
ejército lo que lo condujo a la que sería su ocupación definitiva:
en su deseo de purgar a las tropas de la influencia del
comunismo, el ejército emprendió una campaña de charlas educativas
para las cuales se eligió, entre otros, a Hitler, que ya había
mostrado un talento natural para hablar en público durante el último
año de conflicto en arengas improvisadas a sus compañeros.
La enorme agitación del
momento y el florecimiento de células comunistas y nacionalistas que
amenazaban con disolver el orden social condujeron al aún
intrascendente Hitler a su siguiente misión en el ejército:
infiltrarse en las charlas de los partidos nacionalistas de Munich e
informar del contenido de las mismas. Sin embargo, la congruencia de
“pensamiento” y objetivos terminaron por llevar a nuestro hombre
a formar parte de la estructura de uno de aquellos partidos.
Es sorprendente cómo
alguien cuyos únicos talentos fueron la propaganda, la elección del
momento y la agitación pudo llegar tan lejos. Hasta la misma
cancillería, con resonantes triunfos diplomáticos internacionales. Todo gracias al azar, a aciertos personales, a errores de bulto de sus
adversarios políticos y, en definitiva, a que nadie tuvo la
determinación real de enfrentarse a él y a la pasividad general de
una población más preocupada por poder comer.
En la página 458 hay un
escalofriante comentario de Kershaw que se ajusta como un guante a
aquellos años y también a los presentes:
“Hay ocasiones (que
señalan el punto de peligro para un sistema político) en que los
políticos nos son capaces ya de comunicar, en que dejan de
comprender el lenguaje del pueblo al que supuestamente representan”
No parece que hayamos
aprendido mucho desde aquellos negros años treinta. El final del
volumen nos deja en 1936, con Alemania hundida en la recesión, con
Hitler salvado de la contestación general gracias a la ocupación de
Renania ante la apatía del resto de naciones y con la promulgación
de las siniestras leyes de sangre que segregaban a los judíos por
primera vez de forma oficial del resto de la sociedad.