martes, 21 de marzo de 2017

Paisajes del Apocalipsis

Paisajes del Apocalipsis
VVAA

Una recopilación de relatos realizados por autores contemporáneos con la presentación lujuriante e impecable de Valdemar (lástima el cutre “vehículos customizados” de la página 485). En todos se perfila una Tierra posterior a una gran catástrofe de uno u otro tipo y cada autor enfoca la situación desde distintos puntos de vista (supervivientes por accidente, generaciones acostumbradas a la nueva situación, reacciones mientras se produce el apocalipsis, etc.).

Todos tienen un acabado absolutamente profesional e irreprochable, aunque ninguno me ha parecido realmente excepcional por lo que el volumen ha supuesto una cierta decepción. Me ha gustado especialmente el de Martin, siempre eficaz plasmando horrores; muy emotivo “Los Ángeles de Artie”; muy interesante el planteamiento de “El Juicio pasó”, con el Segundo Advenimiento hecho realidad pero estropeado por un final muy convencional; tan críptico como era de esperar Gene Wolfe, de quien solo había leído novelas; y muy entretenidos “Inercia”, “Asesinos” y “El Circo Ambulante de Ginny Caderasdulces”. El relato más diferente es “El Fin del Mundo tal como lo conocemos”, una parodia del género hecha con muy mala leche.

Lo demás es convencional aunque con buena factura.

miércoles, 8 de marzo de 2017

La leyenda de la piedra

La leyenda de la piedra
Barry Hughart

Otra deleitosa historia china del maestro Li y Buey Número Diez. Monjes asesinados de forma misteriosa mientras desaparecen manuscritos y una antigua maldición vuelve a la vida.

Todo servido por Barry Hughart, que no publicó su primer libro hasta cumplidos los cincuenta. Ha escrito muy poco y no se entiende el porqué: la prosa es bella, irónica y cuidada. Fantástica traducción de Carlos Gardini, que acaba de morir y al que vamos a echar mucho de menos porque hay muy pocos traductores dedicados al género fantástico que tengan su calidad.

lunes, 6 de marzo de 2017

Hitler (1936-1945)

Hitler (1936-1945)
Ian Kershaw

Este libro es como la Caja de Pandora: contiene todos los horrores, todos emanados de una mente desquiciada y del abuso del poder sin ningún freno ético ni moral.

Kershaw retoma la narración con Hitler canciller, en el cénit de su popularidad y, tras sus éxitos iniciales, más convencido que nunca de su infalibilidad a la hora de juzgar las reacciones de sus oponentes. Esto le conduce a subir las apuestas anexionándose Austria y luego al órdago por los Sudetes y la desmembración de Checoslovaquia, abandonada a su suerte por el resto de potencias. La reiteración de los abusos, el incumplimiento de los pactos, el cinismo ya evidente para todos, condujeron a Francia e Inglaterra a fijar la preservación de Polonia frente a las ambiciones alemanas como la línea roja que no se podía atravesar. Hitler consideró que, entre el temor a la guerra y el cumplimiento de los acuerdos, las potencias occidentales cederían de nuevo y su régimen continuaría con la expansión territorial. Ninguna reunión con otros dirigentes le hizo ver su error (Lord Halifax, en la última cumbre antes de la guerra, le comunicó a Chamberlain que “Herr Hitler no piensa de forma racional y muy probablemente esté loco”).

Finalmente se desató la guerra y, a partir de ese momento, el salvajismo más radical contra las minorías, los judíos, los enfermos y, en definitiva, contra cualquiera que el nazismo considerase indigno de vivir. Un salvajismo conocido por la población (no así los planes respecto a los judíos, que siempre se mantuvieron lo más secretos posibles) del que paradójicamente se consideraba ajeno a su principal impulsor; Hitler, hasta los desastres militares en el este, logró mantener en Alemania una imagen pública de probidad, quedando al margen de las atrocidades, de las que se consideraba responsables a los corruptos funcionarios nazis, que engañaban al Führer, el cual no se enteraba de la realidad. Una farsa dentro de otra farsa.

Sorprenden los resultados militares conseguidos por los alemanes en los dos primeros años de guerra. Los planes militares estaban completamente subordinados al criterio de Hitler, que era un aficionado; el gobierno era totalmente inconexo, con decenas de ministerios, consejerías y órganos políticos cuyas funciones se solapaban en un caos en el que la última palabra la tenía siempre el dictador; el funcionariado nazi era completamente corrupto y, por si fuera poco, la guerra pilló tan desprevenido y casi igual de poco preparado al agresor como al resto de naciones. Una anécdota significativa es cómo se “planeó” la invasión de Noruega, cuyo diseño se le encomendó al general Nikolaus von Falkenhorst solo por haber servido en Finlandia durante la Primera Guerra Mundial y a quien no se le proporcionó ningún tipo de información: la planificación la hizo encerrándose en la habitación de un hotel usando como material de consulta una guía de Noruega.

Las victorias iniciales dieron paso a un estancamiento en el que se hizo evidente que Alemania no disponía de capacidad para lograr la rendición de Inglaterra por la fuerza y que el paso del tiempo haría que sus enemigos dispusieran de más capacidad militar, económica e industrial, lo que condujo a Hitler a ordenar la invasión de la Unión Soviética en un intento de derrotar el único apoyo continental de los ingleses. La invasión se hizo sin disponer de suficiente información sobre el enemigo y rápidamente se la disfrazó de Cruzada y se ordenó al ejército que actuara omitiendo cualquier legislación internacional sobre derechos humanos. De nuevo todo comenzó con éxitos espectaculares (que exacerbaron la confianza de Hitler en su propio criterio) debido en gran parte a los errores de Stalin, empeñado en inmiscuirse en la planificación militar (error que corrigió en pocos meses) y reacio a confiar en los servicios de inteligencia británicos, que le alertaron de varias ofensivas alemanas antes de que se produjesen.

A finales de 1942 la mayor capacidad material y humana de los aliados y su trabajo coordinado en todos los frentes del conflicto (algo que el Eje nunca hizo) comenzaron a dar frutos y a provocar la implosión militar y económica de Alemania. El derrumbe no modificó un ápice la posición de Hitler (vencer o morir), que en ningún momento expresó la más mínima condolencia por los soldados y civiles víctimas del conflicto. El empeoramiento de su salud y la evidencia de que solo quedaba esperar la derrota no corrigieron su costumbre de distorsionar los hechos adaptándolos a una explicación fantástica que lo eximía de cualquier error o responsabilidad (los militares le traicionaban porque no seguían sus órdenes, los judíos urdieron un complot mundial para acabar con Alemania, las nuevas armas alterarían el curso de la guerra, las ficciones entre los Aliados acabarían con su alianza, etc.).

Muy interesante el capítulo dedicado a los intentos de asesinato contra Hitler, de los que se libró en dos ocasiones por pura suerte y que pone de manifiesto la fortaleza del régimen policial establecido por los nazis, capaz de controlar a la población y desintegrar cualquier intento de oposición.

Una vez terminada la lectura, la sensación más viva es que Hitler nunca fue un ser humano completo. Todas sus relaciones personales conocidas estaban presididas por el sentido de la utilidad, de lo que Hitler podía obtener de la persona; para ello se valía de la máscara del mando o de la del hombre de modales caballerescos y anticuados, pero solo como una representación; siempre fue indiferente a la suerte de sus semejantes. Un monstruo que logró ser convincente y desencadenó la peor catástrofe de la historia de Europa.