domingo, 24 de febrero de 2019

Sin palabras

Sin palabras
Mark Thompson

“Nada de lo que ha pasado en nuestro mundo en los campos de la política o de la tecnología ha hecho que la necesidad de encontrar y revelar la verdad sea menos acuciante. El mundo se ha vuelto, si acaso, más difícil de entender, las herramientas y técnicas a disposición de los muchos mentirosos del mundo, más formidables. De modo que deberíamos desoír los llamamientos a que el periodismo se vuelva menos hostil o acusatorio, si eso significa cualquier reducción del escepticismo o de la voluntad de perseguir una noticia hasta su conclusión. Las entrevistas a políticos deben ser educadas pero duras y, si el entrevistado se niega a responder a la pregunta o siembra la confusión de cualquier otra manera, la dureza es más importante que la educación”

Ese párrafo forma parte del último capítulo, una especie de mapa sobre qué se puede hacer para combatir la posverdad y esa simplificación de la realidad que al final es indistinguible de la mentira.

Desde Aristóteles hasta Trump y el Brexit, un recorrido por la retórica pública (políticos y medios de comunicación) con ejemplos analizados y contado por alguien que lo ha conocido de primera mano (BBC a ambos lados del Atlántico y The New York Times).

Intenso pero racional. Muy enriquecedor.

sábado, 9 de febrero de 2019

El ojo del observador

El ojo del observador
Laura J. Snyder

Vermeer, el pintor de la luz, y Leeuwenhoek, el que iluminó lo infinitamente pequeño. Los dos vivieron en la próspera y dinámica Holanda del siglo XVII, en la misma plaza de Delf, separados por una caminata de cinco minutos. Dos estudiosos de la luz y de su uso; Vermeer para jugar con sombras y colores; Leeuwenhoek para descubrir mundos infinitos que no se sospechaba que existieran dentro de nuestro mundo.

A pesar de su vecindad y de sus intereses comunes, no sabemos si llegaron a conocerse en persona; aunque Leeuwenhoek, empleado municipal, llegó a ser el encargado de tasar los bienes de Vermeer tras su fallecimiento y aparece en uno de los cuadros del pintor. Pintor de obra escasa, arruinado tras la guerra contra Francia e Inglaterra, que acabó con el mercado de los cuadros, lo que redujo aún más la producción de Vermeer, fallecido joven; estudioso de la cámara oscura (como los filósofos naturales de la época), que utilizó una y otra vez los mismos motivos mostrándolos bajo diferentes perspectivas y luces.

Y Leeuwenhoek, otro estudioso de la cámara oscura, que utilizó para lograr condiciones de observación óptimas para sus microscopios. Hombre educado en los gremios de la época (en sus comienzos se ganó la vida como pañero), que se negó a desvelar sus métodos de observación a la Royal Society y que aún hoy día desconcierta por la precisión de sus observaciones, de su estimación del tamaño de lo que observaba y por la calidad pasmosa de sus microscopios y sus muestras preparadas.

“En «El astrónomo» de Vermeer hay un hombre – cuyo modelo quizá fuese Leeuwenhoek – en su estudio, con la clara luz del sol inundando la habitación en penumbra e iluminando un globo celesta que hay sobre la mesa cubierta con un tapiz. El filósofo natural ase el globo con su gran mano derecha, como si en ella estuviesen encerrados los propios cielos (o el conocimiento de ellos). En la sombra más oscura que hay tras él vemos parte de un cuadro de Peter Lely, maestro de Hooke, en el que aparece Moisés, a quien se describe en los Hechos de los Apóstoles como «versado en toda la sabiduría de Egipto». El conocimiento antiguo yace en la oscuridad, mientras que la nueva ciencia está iluminada. Aunque no veamos ningún instrumento óptico en el cuadro, sabemos que esa misma noche, más tarde, el astrónomo dirigirá un telescopio hacia el cielo para aumentar el conocimiento que se halla cartografiado ya en el globo. En esta imagen de la ciencia del pasado y del futuro, Vermeer sitúa el futura bajo la luz. Es el nuevo modo de ver, nos dice, que nos permitirá contemplar un nuevo mundo”.

Un libro bellísimo.

lunes, 4 de febrero de 2019

La tabla periódica

La tabla periódica
Hugh Aldersey-Williams

Un recorrido originalísimo, histórico y cultural, pero también científico, por los elementos de la tabla periódica. Un planteamiento refrescante y un libro muy enriquecedor.

El oro de los galeones españoles, pero también el de los tónicos para la salud del siglo XVIII; el platino y sus idas y venidas en la apreciación popular como metal de lujo; el extraño anuncio del descubrimiento del paladio; la decantación de fósforo realizada por el autor siguiendo las instrucciones de Hooke; el descubrimiento de los alógenos, incluida la polémica en Estados Unidos sobre si fluorar el agua o no

Entre medias, visitas a los coleccionistas de elementos o a la vida de Mendeléyev, recorridos por las recetas de los alquimistas para separar ciertos elementos y gran cantidad de citas literarias y pictóricas.

Me ha llamado la atención algún error corregido por el traductor como, por ejemplo, en la página 174, “el químico Gay-Lussac propuso el nombre de yodo por analogía con cloro”, rectificado por el traductor en una nota a pie de página: “en realidad, el nombre deriva del término griego para violeta, iodes”.

Muy interesante.