Años de sequía

 

Años de sequía

Jane Harper

 
Con el calor novela negra, que siempre mete frío en el cuerpo. Esta vez ambiente rural australiano, muy poco visto por aquí.
 
El asesinato de una familia, el regreso del inspector al pueblo de su infancia, un recuerdo, una antigua sospecha que planea sobre el caso, y los palos de ciego tratando de hilar las pistas.
 
Intrigante y bien escrito. Muy buena la técnica del flashback, haciendo progresar los recuerdos conforme la investigación retrocede en el tiempo. El único pero el final, que para crear un clímax juega con un miedo que quizá en Australia despierte aprensión, pero que leído aquí es un poco descafeinado. 

A barlovento

 

A barlovento

Iain M. Banks

 
Sexta entrega de la saga que no es una saga. Esta vez sí es una novela típica de la Cultura, con las naves-mente, los mundos colosales creados artificialmente y las peculiares razas alienígenas.
 
En esta ocasión el exilio del compositor chelgrano Zelli es un gran mcguffin que Banks utiliza para relatar una guerra civil provocada inadvertidamente por la Cultura y el mundo creado por una mente para tratar de compensar el daño.
 
Es entretenida y tiene toques exóticos (lo mejor, la aerosfera y sus pobladores: los behemotauros) pero me ha parecido demasiado para contar tan poco.

Bomarzo

Bomarzo

Manuel Mujica Láinez

 

El horóscopo que Sandro Benedetto trazó mirando a las estrellas el 6 de marzo de 1512 garantizaba al recién nacido Pier Francesco Orsini vida ilimitada; un vaticinio que marcó su vida tanto como su deformidad, vida relatada por él mismo a lo largo de estos cientos de gozosas páginas por los que desfilan los grandes personajes de la época, desde Carlos V a Cervantes, de Cellini a Miguel Ángel, en una coreografía primorosa y elegante.

 

Quedan muchas imágenes en la memoria, como la del Papa moribundo cercado por las túnicas cardenalicias como si fueran una rueda de fuego; o el encuentro con los españoles en Lepanto:

 

“Pero a los demás (esto no lo revelé a nadie) prefería a los españoles, vestidos de negro, entintados de la cabeza a los pies, sin más luz en el traje que una cadena de oro y una breve golilla, parcos, sombríos, llameantes las miradas, de suerte que se dijera que se quemaban por dentro, contrastando con el lujo multicolor de italianos y franceses, como aguiluchos en una faisanería”

 

Un escritor que vendió bien en su día, pero que pasó por el oficio como un exponente menor de aquella concentración de monstruos empaquetados bajo la onomatopeya boom. ¿Quién sería capaz hoy día de pintar Venecia así?

 

“Después de Bomarzo, hecho de piedras ásperas de ceniza y de herrumbre, apretado, hosco, Venecia se delineó frente a mí, líquida, aérea, transparente, como si no fuera una realidad sino un pensamiento extraño y bello; como si la realidad fuera Bomarzo, aferrado a la tierra y a sus secretas entrañas, mientras que aquel increíble paisaje era una proyección cristalizada sobre las lagunas, algo así como una ilusión suspendida y trémula que en seguida, como el espejismo de los sueños, podía derrumbarse silenciosamente y desaparecer”