Los viajes de Gulliver
Jonathan Swift
Un clásico que, al menos en
España, se ha ido convirtiendo en un desconocido; un libro que no solemos leer
porque cierta tradición lo ha convertido en una historia infantil; algo que
probablemente a su autor jamás se le habría pasado por la cabeza teniendo en
cuenta la mala leche que destiló en su actividad como escritor de artículos de
opinión y que cristalizó en esta obra de madurez, que es un escalpelo aplicado
a todas las capas de la estupidez humana.
Que Swift fue un escritor
brillante se comprueba leyendo las dos primeras páginas de estos viajes: es
todo lo que necesitó el irlandés para bosquejar la vida de Gulliver hasta su
primer viaje; solo lo esencial, dibujando con precisión al protagonista y
usando una sintaxis clara y elegante. Fuera del alcance de casi cualquier
escritor actual, que habría dedicado decenas de páginas a describir la nada.
El libro se publicó como obra
anónima en 1726, sin duda porque nuestro buen irlandés era consciente del
material que entregaba a la imprenta y cómo podía conducirlo a colgar de una
soga. El éxito fue inmediato y desde entonces el libro no ha dejado de
imprimirse. Aunque admite muchas lecturas, la sátira a la novela de viajes
tradicional es permanente, bien mediante alusiones directas desautorizando los
usos de ese tipo de literatura, bien saltándose cualquier convención del género
(como las referencias escatológicas y la descripción de la logística necesaria
para llevarlas a cabo en los diferentes países visitados).
Y lo que no es sátira literaria,
es un ataque brutal al comportamiento humano: la salacidad, la codicia
infinita, la pobreza a la que se empuja a gran parte de los hombres, la guerra
y sus absurdos, la corrupción de las leyes, la incapacidad de los gobernantes,
la ceguera ante todos estos males y el mecanismo ridículo de una sociedad (también
la de Swift) empeñada en la acumulación de bienes materiales a cualquier precio
(material o moral).
En su segundo viaje, cuando trata
con el monarca de Brobdingnag, el país de los gigantes, Gulliver departe con el
rey sobre la historia de Inglaterra y, tras terminar, el soberano
Se quedó totalmente asombrado ante la relación histórica que le hice de
nuestros asuntos durante el siglo último, y afirmó que eran sólo un montón de
conspiraciones, rebeliones, homicidios, matanzas, revoluciones, destierros,
efectos mucho peores que lo que la avaricia, la bandería, la hipocresía, la
perfidia, la crueldad, la rabia, la locura, el odio, la envidia, la lujuria, la
malicia o la ambición podían producir.
Para comentar a continuación:
“Mi pequeño amigo Grildrig, me has hecho el más admirable panegírico de
tu país; has probado claramente que la ignorancia, la ociosidad y el vicio son
ingredientes idóneos para capacitar a alguien para legislador; que las leyes
las explican, interpretan y aplican mejor aquellos cuyo interés y habilidad
está en pervertirlas, confundirlas y eludirlas. Observo entre vosotros ciertas
líneas de una institución que en su origen pudo ser tolerable; pero unas casi
se han borrado, y el resto las han emborronado y ensuciado las corrupciones. No
se ve, de todo lo que has dicho, que haga falta perfección alguna para ocupar
ningún puesto entre vosotros; mucho menos que los hombres sean ennoblecidos por
su virtud, que los sacerdotes sean ascendidos por su piedad o saber, los
soldados por su conducta o valor, los jueces por su integridad, los senadores
por el amor a su país, o los consejeros por su prudencia y discreción. En
cuanto a ti – prosiguió el rey -, que has pasado la mayor parte de tu vida
viajando, me inclino a esperar que hayas escapado hasta aquí de los muchos
vicios de tu país. Pero por lo que he entendido de tu propia relación, y de las
respuestas que con gran esfuerzo he logrado sacarte y arrancarte, no puedo sino
concluir que la mayoría de tus compatriotas son la más perniciosa especie de
sabandijas que la Naturaleza ha permitido que se arrastre sobre la faz de la
tierra“.
No es de extrañar que, tras su cuarto viaje, después de convivir con los
amables y racionales caballos, el pobre Gulliver aborreciese el trato de sus
semejantes.