El mapa del tiempo
Félix J. Palma
Aprovechando la
convalecencia, me he decidido por uno de los tochos que tenía
pendientes. Como además quería algo lúdico, elegí este “El
mapa del tiempo” que tan buena impresión había causado entre
los aficionados.
Una vez concluida la
novela, no sé aún cómo tomármela. Hay una historia que es la que
la vertebra que no creo que ocupe ni la mitad de las más de 600
páginas que tiene el libro en su edición en tapa dura (y eso que
hay partes del argumento que se narran varias veces). Entre las
peculiaridades hay un narrador omnisciente (vale) que de vez en
cuando, supongo que con afán irónico y/o humorístico, ocupa la
pista central y narra los acontecimientos en primera persona; y
además el autor se toma la molestia de hacer que el propio narrador
nos avise y explícitamente describa que toma la palabra. ¿Será
para que no lo confundamos con algún personaje?
Para introducirnos en esa
historia principal, el autor monta un preámbulo de casi un centenar
de páginas. A lo Dickens pero sin ser Dickens. Y en ese prolegómeno
participa Jack “el Destripador”. Los sucesos de esa introducción
conducen a la que se supone es la razón de ser de la historia, y esa
parte es dinámica y atractiva aunque el autor no se resiste a que
aparezcan Stanley y Livingstone. La naturaleza de los hechos
descubiertos en esa parte de la narración se enlazan con la reciente
publicación (me refiero a la cronología de la novela) de “La
máquina del tiempo”, lo que el autor aprovecha para que H.G.
Wells y, en un nuevo escorzo, ¡el Hombre Elefante! se sumen a la
lista de personajes. Con un retruécano del argumento y la
participación de Tesla, que aún no había aparecido, termina la
primera parte.
En el comienzo de la
segunda se destrenza la parte más trenzada del argumento central.
Los meandros biográficos se centran esta vez en personajes ficticios
y de paso asistimos al teatro dentro del teatro. Unos cuantos
remaches y se cierran las pequeñas fisuras que el autor había
dejado abiertas adrede. Y concluye la segunda parte.
En la tercera se
incorporan a la sopa de personajes Bram Stoker y Henry James, que no
debe de gustarle mucho a nuestro autor. Hay otra voltereta argumental
que a estas alturas, después de tantos saltos, ya ni sorprende ni
embelesa, y con ella y una reflexión final se cierra el relato.
La novela está muy
documentada, lo que sería un punto a su favor si no fuera porque
durante la lectura da la sensación de que prácticamente estamos
leyendo parte de las notas que tomó el autor para hacer acopio de
datos. Por ejemplo, en cada una de esas apariciones estelares de
personajes victorianos, Palma glosa parte de la vida y milagros de
los “colaboradores” y en el caso concreto de Wells llega a
resumir los argumentos de algunos de sus relatos y novelas. Se
termina con la sensación de estar leyendo un catálogo de
celebridades, inventos y chascarrillos de la Inglaterra decimonónica.
En definitiva un pequeño
juguete. Un mecano. Toda la novela es una impostura (bien montada,
eso sí) y yo no sido capaz de conectar con ella. Me he sentido como
si “Con la muerte en los talones” hubiese consistido en
contar el motivo por el que persiguen a Cary Grant, en lugar de
ocultarlo y usarlo como simple excusa para filmar sus consecuencias.
Aún así la novela es entretenida pero creo que Félix J. Palma
podría haber escrito algo muchísimo mejor. Dejo apuntado aquí para
no olvidarlo que no debo leer ninguna de las compañeras (una de
ellas - “El mapa del cielo” - ya editada) ambientadas en
la misma época.