jueves, 30 de agosto de 2012

Vidas escritas

Vidas escritas
Javier Marías

El contenido de este breve libro son colaboraciones de Javier Marías para algunas revistas literarias. Textos concisos que toman la figura de algún escritor, más o menos conocido, y juegan con un aspecto biográfico concreto de sus vidas.

Después de intentar leer “Todas las almas” y algunos de sus artículos periodísticos, he tenido a Marías por un escritor estirado y raspa, menos narrador que constructor de mecanismos. Por eso me ha sorprendido el humor, a veces cercano al cariño, que desprenden estas páginas en las que nos enteramos muy literariamente de los extraños intereses coprófagos del diario de Thomas Mann, la alegre vida licenciosa de Sterne, la discretísima y desapegada existencia de Lampedusa y muchas otras curiosidades sobre diversos autores.

Cada texto va precedido por una fotografía del protagonista y el libro se cierra con el pequeño ensayo Artistas perfectos”, en el que Marías comenta sus impresiones acerca de la deslumbrante serie de fotos de escritores que lo precede y que forma parte de la colección de retratos que el autor ha ido acumulando a lo largo de su vida. El último de ellos, una máscara mortuoria que Robert Blake se hizo en vida, impone de veras: 


lunes, 20 de agosto de 2012

El Carpentier músico


Ese músico que llevo dentro
Alejo Carpentier

Aunque su carrera académica fue muy irregular, los padres de Alejo Carpentier (arquitecto él, profesora ella y ambos músicos aficionados que tocaban en violonchelo y el piano) le procuraron una vasta formación cultural desde niño. Fue precisamente esa esmerada formación la que lo condujo al periodismo culto, al que dedicó el grueso de su producción. Más de cuatro mil artículos, según algunas estimaciones, en los que trató cuestiones musicales, literarias, arquitectónicas, etnográficas, cinéfilas o históricas hasta abarcar prácticamente cualquier aspecto relacionado con la cultura.

Los ensayos recogidos en este libro tienen como hilo conductor la música, arte que Carpentier amaba especialmente y sobre el que poseía conocimientos enciclopédicos tanto en lo referente a cuestiones técnicas como históricas. El grueso de estos ensayos lo forman artículos escritos durante los años cincuenta en el diario venezolano “El Nacional”. Los temas tratados son de todo tipo, unas veces relacionados con la actualidad musical de la época y otras con las inquietudes del propio escritor. Conversaciones mantenidas con Milhaud, Honegger o Erich Kleiber; comentarios sobre la naciente discografía de la época o conciertos de Argenta, Bernstein, Furtwängler o Horenstein; reflexiones sobre controversias interpretativas, imprecisiones biográficas y cuestiones estilísticas; análisis de algunas programaciones sinfónicas y operísticas de la época... La curiosidad, la capacidad de trabajo y la agudeza de Carpentier parecen ilimitadas. La lectura continuada de estos artículos resalta también el gusto y la pasión que nuestro autor sentía hacia la música contemporánea.

En varias ocasiones he pensado que estos artículos recuerdan a los que mensualmente escribe Antonio Muñoz Molina para la revista “Scherzo”. Es curioso cómo Carpentier, al contrario que Muñoz Molina, jamás se coloca en el foco del artículo; nunca es él el protagonista, nunca desvía la atención de la cuestión musical que trata. Y todo lo hace con una prosa destilada, personalísima y llena de precisión en la que cabe todo el idioma castellano sin que en ningún momento aparezcan la vanidad ni el exhibicionismo.

jueves, 16 de agosto de 2012

Tokio blues


Tokio blues
Haruki Murakami

De nuevo me cruzo con Murakami. Hace unos años, cuando empezó a tener un nombre en España, me decidí por la que era su obra más alabada: “Crónica del pájaro que da cuerda al mundo”. No es una novela breve precisamente y cuando la terminé no supe concretar qué me había querido decir el autor con aquel relato en el que intercalaba pasajes fantásticos, casi oníricos, con las acciones más mundanas. Aunque aquella novela me pareció muy ambigua, estaba sin embargo bien narrada y siempre que la retomaba sentía el impulso de seguir adelante con la lectura.

Para decidir definitivamente sobre este autor que ahora mismo es un valor seguro para sus editores y hasta ha llegado a ser propuesto para el Nobel, escogí “Tokio blues” (su obra más popular en este momento). Se trata de otra novela muy bien contada; está claro que Murakami conoce el oficio de sobra. A partir de la evocación de un paisaje visitado en su juventud, un Toru Wanabate cercano a los cuarenta rememora el tránsito de los diecinueve a los veinte años, la época en la que estudiaba en la universidad.

Murakami alterna las introspecciones con la descripción de sucesos anodinos (me comí una tortilla, recogí la ropa, fumé un cigarrillo). De nuevo, como en la “Crónica”, no nos ahorra detalles: en su prosa todo se hace explícito, como si el relato tuviera que llenar con su extensión el marco temporal en el que discurre. De hecho creo que sería posible hacer una lista con todas las comidas realizadas por el protagonista a lo largo de cada una de las jornadas que jalonan la novela. También, como en “Crónica”, la música trufa el relato pero sin que llegue a formar parte de él; más bien es una especie de banda sonora de cada momento (hacía tal cosa mientras ella cantaba tal canción, pensé esto mientras silbaba esto otro). Y al igual que en la “Crónica”, las alteraciones del comportamiento humano constituyen la parte central del relato y el motivo principal de reflexión. La diferencia más destacada con “Crónica del pájaro que da cuerda al mundo” es que aquí no existen elementos que puedan relacionarse con lo sobrenatural.

En resumen me ha quedado la misma impresión que tuve con la novela que ya conocía. Creo que el principal mérito de Murakami es ese estilo de narración fluido, fácil y sugerente que es capaz de lograr y mantener a lo largo de muchas páginas. Por lo demás, no empatizo con su mundo y mi sensación final es de viaje a ninguna parte.

sábado, 11 de agosto de 2012

Stoner


Stoner
John Williams

Aunque parece que internet es capaz de sustituir eficazmente cualquier intercambio de información pura y dura entre personas, en realidad no es así. Siempre compro los libros en la misma tienda y como ya son unos cuantos años haciéndolo, al final el rito de la compra va acompañado por la charla y el cruce de opiniones variadas sobre cualquier tema. Y en uno de esos cruces me comentó Paco la existencia de este libro, del que yo no había escuchado hablar en mi vida y cuyo autor es un completo desconocido para mí.

William Stoner es el gris protagonista de su propia vida. La novela recorre sus pasos desde la granja de sus padres hasta su muerte. Después de toda una vida dedicada a ser profesor, labor a la que llega de un modo accidental; y, más que decidiendo, dejándose llevar con mansedumbre y resignación por el discurrir de los acontecimientos.

No sé cuánto le costaría a John Williams escribir este libro. Pero debe ser realmente difícil conseguir tanta emoción desde esa prosa estoica; la máxima expresión con la mínima cantidad de medios. ¡Y esta novela no la conoce casi nadie! ¿Cómo es posible?

miércoles, 8 de agosto de 2012

Cicerón


Marco Tulio Cicerón
Francisco Pina Polo

Tenía pendiente desde mis primeros acercamientos a la historia de Roma una lectura seria sobre la figura de Cicerón. Todo lo que conocía de ella era de segunda mano: referencias de pasada leídas en biografías de Julio César o libros sobre la Guerra Civil, comentarios en la historia que escribió Mommsen o, directamente, descalificaciones como las que recogía Asimov en su libro divulgativo sobre la República.

Este libro cumple de sobra con las expectativas que tenía. Recorremos la vida del famoso orador romano glosada con textos extraídos de su vasta producción (parece que la correspondencia conservada de Cicerón es tan nutrida que hay épocas de su vida que pueden reconstruirse casi semana a semana. Y hablamos de alguien que vivió ¡hace 2000 años!) y el autor siempre se preocupa de contextualizar las reflexiones y actuaciones del biografiado respecto a la época en que suceden, lo que resulta muy esclarecedor.

En su faceta pública queda perfilado un personaje vanidoso poseído, como muchos contemporáneos de su clase social, por el afán de notoriedad tanto a través de la obtención de posesiones materiales como del desempeño de cargos públicos. En ese sentido, la consecución del consulado (tras una fulgurante carrera en la que desempeñó todas las magistraturas elegido el primero entre todos los aspirantes y con el mínimo de edad que exigía la ley para cada cargo) constituyó el cénit de su carrera política. Paradójicamente la dura (y muy discutida por algunos pues terminó con el ajusticiamiento de ciudadanos romanos sin juicio previo) represión de la revuelta de Catilina, considerada por Cicerón su mayor servicio a la República, fue también el origen de su momento más aciago: los dieciséis meses de destierro, que solo terminaron gracias a la intercesión de Pompeyo. Después, el intento de restitución de la gloria perdida, el proconsulado forzoso en Cilicia, la Guerra Civil y la indecisión sobre cómo actuar, el advenimiento de César con los devaneos para no enemistarse con el dictador, los problemas familiares (su divorcio, el alejamiento de su hermano y el enfrentamiento con su sobrino, la muerte de su hija Tulia) y, tras el asesinato de César, las filípicas contra el tirano (como lo describió Cicerón en múltiples ocasiones) y sus eventuales herederos y, finalmente, la muerte a manos de seguidores de Marco Antonio (acérrimo enemigo).

El libro se cierra con tres curiosos apéndices que recogen la imagen enormemente negativa legada por Mommsen del gran orador a través de su monumental historia de Roma, las conclusiones de un estudio psicoanalítico realizado en los sesenta por Paul Briot y un resumen de la imagen que tenía de sí mismo nuestro hombre.

Ha sido una buena lectura. Un buen libro de historia que nos bosqueja un personaje poliédrico, sediento de gloria civil (la militar siempre le resultó ajena), que estimaba su figura pública en una talla muy superior a su peso real, indeciso en los momentos que exigieron decisión y capacidad de maniobra política y tendente en su correspondencia a dramatizar las situaciones personales y a culpar a otros de sus problemas. También un conservador acérrimo (aunque circunstancialmente no dudó en defender posturas opuestas cuando César y Pompeyo se lo requirieron o cuando lo estimó necesario para salvaguardar su persona) que no estaba dispuesto a consentir ningún cambio en el sistema republicano tradicional y que consideraba los problemas de su época debidos, no a fallos estructurales de dicho sistema, sino a defectos en las personas que desempeñaban los cargos públicos a las que pensaba que se debía eliminar físicamente. Fue también un agudo observador de la vida política de su época, un experto jurista y un eximio orador y escritor. Y esta última faceta es la que le ha permitido llegar hasta nosotros; no envuelto en el frío mármol de las estatuas, sino en el cálido vestido de las letras, que con sus arrugas nos permite conocer a Marco.

martes, 7 de agosto de 2012

El mapa del tiempo


El mapa del tiempo
Félix J. Palma

Aprovechando la convalecencia, me he decidido por uno de los tochos que tenía pendientes. Como además quería algo lúdico, elegí este “El mapa del tiempo” que tan buena impresión había causado entre los aficionados.

Una vez concluida la novela, no sé aún cómo tomármela. Hay una historia que es la que la vertebra que no creo que ocupe ni la mitad de las más de 600 páginas que tiene el libro en su edición en tapa dura (y eso que hay partes del argumento que se narran varias veces). Entre las peculiaridades hay un narrador omnisciente (vale) que de vez en cuando, supongo que con afán irónico y/o humorístico, ocupa la pista central y narra los acontecimientos en primera persona; y además el autor se toma la molestia de hacer que el propio narrador nos avise y explícitamente describa que toma la palabra. ¿Será para que no lo confundamos con algún personaje?

Para introducirnos en esa historia principal, el autor monta un preámbulo de casi un centenar de páginas. A lo Dickens pero sin ser Dickens. Y en ese prolegómeno participa Jack “el Destripador”. Los sucesos de esa introducción conducen a la que se supone es la razón de ser de la historia, y esa parte es dinámica y atractiva aunque el autor no se resiste a que aparezcan Stanley y Livingstone. La naturaleza de los hechos descubiertos en esa parte de la narración se enlazan con la reciente publicación (me refiero a la cronología de la novela) de “La máquina del tiempo”, lo que el autor aprovecha para que H.G. Wells y, en un nuevo escorzo, ¡el Hombre Elefante! se sumen a la lista de personajes. Con un retruécano del argumento y la participación de Tesla, que aún no había aparecido, termina la primera parte.

En el comienzo de la segunda se destrenza la parte más trenzada del argumento central. Los meandros biográficos se centran esta vez en personajes ficticios y de paso asistimos al teatro dentro del teatro. Unos cuantos remaches y se cierran las pequeñas fisuras que el autor había dejado abiertas adrede. Y concluye la segunda parte.

En la tercera se incorporan a la sopa de personajes Bram Stoker y Henry James, que no debe de gustarle mucho a nuestro autor. Hay otra voltereta argumental que a estas alturas, después de tantos saltos, ya ni sorprende ni embelesa, y con ella y una reflexión final se cierra el relato.

La novela está muy documentada, lo que sería un punto a su favor si no fuera porque durante la lectura da la sensación de que prácticamente estamos leyendo parte de las notas que tomó el autor para hacer acopio de datos. Por ejemplo, en cada una de esas apariciones estelares de personajes victorianos, Palma glosa parte de la vida y milagros de los “colaboradores” y en el caso concreto de Wells llega a resumir los argumentos de algunos de sus relatos y novelas. Se termina con la sensación de estar leyendo un catálogo de celebridades, inventos y chascarrillos de la Inglaterra decimonónica.

En definitiva un pequeño juguete. Un mecano. Toda la novela es una impostura (bien montada, eso sí) y yo no sido capaz de conectar con ella. Me he sentido como si “Con la muerte en los talones” hubiese consistido en contar el motivo por el que persiguen a Cary Grant, en lugar de ocultarlo y usarlo como simple excusa para filmar sus consecuencias. Aún así la novela es entretenida pero creo que Félix J. Palma podría haber escrito algo muchísimo mejor. Dejo apuntado aquí para no olvidarlo que no debo leer ninguna de las compañeras (una de ellas - “El mapa del cielo” - ya editada) ambientadas en la misma época.