viernes, 23 de octubre de 2015

Isaac Newton: una vida

Isaac Newton: una vida
Richard S. Westfall

Westfall dedicó más de una década hasta redactar su monumental “Never at rest”, considerada la mejor biografía escrita sobre Isaac Newton. Naturalmente, conociendo el percal patrio, nadie la ha editado en castellano. Años más tarde el propio Westfall preparó una edición resumida de su obra original, despojándola de la mayor parte del aparato matemático y esa es la biografía que se editó en castellano (seguramente es la mejor que tenemos, pero es una lástima que no tengamos la edición completa).

Enfrentarse, aunque sea a través de un relato indirecto, a una mente como la newtoniana aplasta literalmente. Llegó a Cambridge de prestado, contrariando los deseos de su madre, que lo quería dedicado a administrar las propiedades familiares y que escatimó cuanto pudo el dinero que le asignaba para su vida universitaria. Su formación científica era la que proveía el plan de estudios inglés de la época, más próximo a la Edad Media que al s. XVIII: prácticamente nula.

Desviándose del plan de estudios del Trinity (también completamente obsoleto, más dedicado a la Teología que a cualquier disciplina científica), estudió por sí mismo la Geometría de Descartes antes de conocer la de Euclides, que también aprendió por su cuenta.

Westfall desmonta el mito de aquel trienio milagroso (1664-1666) en el que la leyenda dice que formuló la Ley de Gravitación Universal y su teoría de los colores y además desarrolló el cálculo infinitesimal y su famoso binomio. En realidad el binomio quedó resuelto pero las otras tres grandes construcciones estaban solo en fase germinal, a pesar de lo cual aquel Newton de menos de treinta años ya era el mayor matemático de Europa y también un completo desconocido, dada su inseguridad y su aversión a polemizar, que lo empujaban a posponer una y otra vez cualquier publicación de su trabajo. De hecho, el único trabajo destacable que dio a conocer fue su teoría de los colores, solo por la insistencia de Oldenburg, y le supuso disputas con Hooke, Huygens y otros lo que le retiró de la imprenta durante más de diez años.

Westfall nos presenta un Newton autodidacta cuyo trabajo no obedecía a un plan previsto: ponía el foco en diferentes temas (los que le interesaban en cada momento) y podían transcurrir lustros hasta que volviera a trabajar sobre una idea previa cuyo desarrollo dejó a medias. Así, tras el famoso trienio 1664-1666, abandonó la filosofía natural y durante diez años se centró en la alquimia y sobre todo en la teología, tema sobre el cual escribió más que sobre ningún otro, llegando a tener un conocimiento milimétrico de las Escrituras. El estudio de la Biblia y otras fuentes le condujo a la conclusión de que la fe se había corrompido, abandonando las ideas trinitarias y abrazando, en el más absoluto secreto, el arrianismo. De hecho, guardó silencio sobre la cuestión religiosa hasta su muerte y durante cincuenta años solo unas pocas personas supieron de su herejía (en el lecho de muerte rechazó los sacramentos).

Fue la aparición del cometa, más tarde bautizado Halley, y la correspondencia que mantuvo con el astrónomo sobre su órbita, lo que provocó su vuelta a la filosofía natural y, retomando sus trabajos de diez años antes, lo que le condujo a la elaboración de los Principia, que le llevó tres años intensos. Su publicación lo erigió en figura una internacional, con influencia académica y le dio acceso a los círculos políticos londinenses.

En 1693 sufre una crisis personal cuya causa se desconoce (¿depresión?) que lo apartó del recién estrenado intercambio epistolar con otros científicos. Superada la crisis, con la universidad de Cambridge sumida en el marasmo económico y ya en la cincuentena, consciente de que era el fin de su periodo creativo (de hecho, ya solo trabajaría en el desarrollo de ideas elaboradas con anterioridad), pone en marcha gestiones para trasladarse a Londres, donde consigue el puesto de intendente en la Casa de la Moneda, a la que dedicó siete años intensos que también aprovechó para adquirir un papel prominente en la vida pública. Pasado el pico de trabajo en la Casa de la Moneda, dirigió su atención a la presidencia de Royal Society, cargo que consiguió y en el que se mantuvo durante veinte años. Veinte años en los que, con su inmensa capacidad organizativa y su incapacidad para dejar pasar el tiempo sin cumplir alguna obligación, saneó las cuentas de la institución y elevó el nivel de los trabajos expuestos y publicados.

Fueron esos primeros años al frente de la Royal Society, después de haber muerto Hooke -con el que mantuvo disputas personales y profesionales permanentes-, los que vieron la publicación de la Óptica, expuesta de un modo más descriptivo que los Principia, por lo que tuvo aún más difusión e impacto. Como apéndice a la óptica aparecieron sus trabajos (de más de veinte años atrás) sobre el cálculo diferencial, lo que avivó la polémica con Leibniz sobre la primacía en el descubrimiento y condujo a ambos a un visceral intercambio de cartas (a veces mediante terceros) que solo finalizó con la muerte de Leibniz. También en esa época mantuvo la amarga polémica con el astrónomo Flamsteed, que llevaba treinta años elaborando un atlas astronómico y no lograba su publicación. Newton decidió costearla a través de la Royal Society imponiendo un orden de publicación y unos contenidos concretos, los que él necesitaba para sus estudios sobre la luna, a lo que Flamsteed se negó; solo tras su muerte conseguiría el pobre Flamsteed que sus herederos publicaran el atlas tal y como él deseaba.

En los años finales nos encontramos con un Newton en una posición económica desahogada, ocupado siempre en alguna actividad intelectual (la teología y el pulimento de las ediciones de los Principia, que siempre consideró su máxima realización) y convertido en la gran figura intelectual de su tiempo.

Gran biografía de Westfall, que separa siempre las conjeturas de los hechos y nos muestra lo que se puede saber del hombre (malo y bueno) y el esfuerzo titánico que le supuso construir su enorme legado intelectual.

sábado, 17 de octubre de 2015

Tiempo de sembrar piedras

Tiempo de sembrar piedras
Tim Powers

Un refrito de Gigamesh que añade dos relatos a los cuatro que ya publicó en “El reparador de biblias”. Como no lo había leído, me ha venido bien.

Dondequiera que se oculten” va de viajes en el tiempo. Intrascendente. Es el peor de la serie.

Un alma embotellada” está más en la línea de Powers: el fantasma de una poetisa muerta de modo violento que quiere volver a la vida a través de un soneto.

En “El camino de bajada” conocemos a unos seres que se perpetúan ocupando fetos humanos y su extraña organización.

El reparador de biblias” también interesante, con esa mezcla de realidad y fantasía típica de Powers, en la que la sangre y el alma se pueden utilizar para comunicarse con los fantasmas.

Salvación y destrucción” es otro clásico de Powers: viajes en el tiempo para destruir un manuscrito que, leído por el suficiente número de personas, podría aniquilar la realidad.

Por último, “Tiempo de sembrar piedras” , muy emparentado con su novela “Declara”, puesto que plantea un ritual para resucitar la raza de los gigantes a costa de sacrificar la propia humanidad.

Un volumen interesante en el que lo mejor son los dos últimos relatos, los que tratan los temas más queridos del autor. En cualquier caso queda la sensación de que Powers es mejor en las novelas, con páginas por delante para ir hilvanando la trama.

lunes, 12 de octubre de 2015

Augusto

Augusto
Anthony Everitt

Como dice Everitt, Augusto, a pesar de su enorme relevancia en la historia, es un personaje bastante misterioso. Desde que se libró de sus rivales y asumió el mando real del Imperio, se envolvió en una red de mentiras oficiales, publicidad alentada por él mismo y su entorno, que pretendió cambiar hasta su pasado, dando pábulo incluso a relaciones familiares ficticias con el ya difunto Cicerón. También desdibujó su recorrido político que, como en el caso de su padre adoptivo Julio César, su compañero de consulado Marco Antonio o su predecesor Sila, estuvo teñido de violencia y sostenido en contra de la legalidad de la época.

Por lo tanto, es la vida del joven Octaviano (no sería Augusto hasta mucho más tarde) la que mejor se conoce. El joven enfermizo pero bello, astuto y paciente, dotado de una enorme visión política, mal militar, incluso cobarde en lo que al arrojo físico se refiere y también hombre salaz y cínico. El recorrido de Everitt por esta parte de la biografía es muy meticuloso, separando siempre lo que se conoce con seguridad de lo que son conjeturas y entremezclando la vida de Octaviano con comentarios sobre la Roma antigua (organización de las legiones, de la carrera política o del imperio), lo que resulta un poco aburrido si ya se han leído otros libros sobre estas cuestiones.

Una vez convertido en princeps Augusto se preocupó siempre de ocultar su creciente poder revistiéndose de la dignidad de un senador cualquiera a la vez que organizaba su sucesión pacífica mediante acuerdos matrimoniales y relevos en el seno de su familia. Siempre enalteció a la difunta República y sus supuestas costumbres auténticamente romanas para difuminar su pasado revolucionario y dotarse de legitimidad ante el ejército y el pueblo, sin el apoyo de los cuales el régimen era insostenible.

A pesar de su meticulosidad, de su capacidad para el cálculo político y de haber creado una burocracia competente, ninguno de sus planes para la sucesión salió bien: su mano derecha Agripa, que cubría sus carencias como militar, murió antes de lo esperado; también los hijos de la rama Julia; y Tiberio se rebeló contra sus designios. Finalmente estallaron revueltas familiares entre la facción Julia (Augusto) y la Claudia (Livia y Tiberio), que sería la que prevalecería en contra de los planes iniciales del emperador. En ese aspecto Augusto demostró poca perspicacia, pues en su afán por dirigir la vida de sus allegados pasó por alto los sentimientos, logrando lo contrario de lo que buscaba.

Una buena biografía del emperador, que nunca mezcla el rumor con el hecho, que ofrece las diferentes versiones conocidas sobre los hechos no demostrados (por ejemplo, la muerte de Augusto) y que traza una semblanza realista sobre el personaje, mostrando los aspectos positivos y negativos. En cualquier caso debió ser alguien excepcional: calmó una unidad política que llevaba casi un siglo en guerra permanente (tanto civil como exterior), fundó unos pilares que se sostuvieron casi quinientos años y fue capaz de darse cuenta de que Roma había llegado a su máxima extensión posible, que no era posible en aquel tiempo administrar un territorio mayor.

lunes, 5 de octubre de 2015

Danza de dragones

Danza de dragones
George R. R. Martin

Se acabó lo que se daba. Al menos de momento. Unas novecientas páginas de la más absoluta nada y menos de cien en las que se ventilan burdamente todos los acontecimientos importantes de la novela: [SPOILERS ON] el posible asesinato de Jon Nieve a manos de la Guardia una vez que admite a los salvajes tras el Muro, la derrota y muerte de Stannis al intentar conquistar Invernalia, el complot en Meeren para tratar de preservarla en manos de Daenerys tras su desaparición y el otro complot, el de Varys en Desembarco del Rey, para liquidar a los Lannister y allanar el camino a los gobernantes dragón [SPOILERS OFF]

En resumen, después de casi cinco mil páginas, Martin a desmontado el mecano que tardo casi tres mil en montar y ha dejado a la historia sin los protagonistas y argumentos que desencadenaron la acción. ¿Se puede ser más absurdo? Me ha molestado especialmente la traca final de acontecimientos. Empieza a ser un recurso habitual, chusco y facilón para mantener un cierto interés sobre lo que vendrá más tarde.

A veces me pregunto si esto no lo estará escribiendo un becario porque jamás había leído un relato o una novela de Martin que fuesen tan huecos y estuviesen tan mal planificados.