Toda la civilización conocida queda barrida de la Tierra tras una lluvia de meteoros. Setecientos mil años más tarde, aquello que parece ser lo que queda de la raza humana abandona el hábitat protegido dentro de la montaña para reconquistar el mundo exterior. Y entonces comienzan las sorpresas.
En realidad, no hay ninguna sorpresa y la novela es convencional, pero Silverberg nunca aburre. Entretenida.
Un súper clásico que además es la única novela del autor. Una pieza extraña dentro de la ciencia ficción, seguramente llena de las vivencias de Miller, que sirvió en un bombardero durante la Segunda Guerra Mundial y participó en la destrucción de la abadía de Monte Cassino.
La novela se divide en tres partes y cada una está separada de la anterior por 600 años. El punto de partida es una civilización recién salida del holocausto nuclear y el final es una civilización capaz de hacer lo mismo. Asistimos al viaje desde una abadía que custodia parte del escaso y valioso conocimiento rescatado de las cenizas nucleares.
Los dilemas morales, la ciencia sin ética y la razón de ser del hombre son los temas que trata Miller. Desde la sencillez y con una amenidad envidiable. Una novela preciosa.
Prometía. Hay otros ensayos del mismo tipo, pero éste, publicado en 2012, se enfoca en temas que nos son más cercanos.
La primera parte (“Visionarios”) se centra en una serie de figuras relevantes en el estudio de la influencia de la geografía sobre las decisiones estratégicas de las naciones. Lo que sucede en este primer bloque se repetirá a lo largo de todo el libro: podría haber sido interesante, pero el estilo de Kaplan es muy disperso y resulta imposible sacar conclusiones de lo que cuenta o resumir en una frase la idea que intenta transmitir.
Me ha recordado al último Fukuyama (“Los orígenes del orden político”): un conjunto enorme de datos (algunos muy sorprendentes y muy interesantes) que abarcan zonas de la historia poco conocidas para un occidental, pero sin ninguna estructura; incluso en capítulos temáticos (China, Oriente, Rusia…) el autor va saltando de unos sucesos históricos a otros y, de repente, como si recordase el título del libro, da una pincelada sobre geografía que en muchas ocasiones es inconexa y sin valor.
Una pena.
Un agente de la CIA que escribe la historia oficial secreta del asesinato de Kennedy desde 1973. Un plan ideado por agentes para simular un intento ficticio de asesinato en Miami y acusar al gobierno de Castro del crimen. La vida de Lee Oswald. El asesinato, que fue real.
Esas son las cartas que baraja DeLillo, superponiéndolas a lo largo de toda la novela para indagar sobre el magnicidio. Fuerza dramática, verosimilitud, mano maestra para recrear un posible Oswald y ojo de águila para describir la sociedad de aquella época.
Gran novela.
El comienzo de esta historia es el consulado de Cicerón. Después, Beard hace retroceder el reloj hasta el brumoso comienzo de la ciudad eterna, pasando por los míticos reyes, la República y los emperadores hasta Caracalla, cuando un edicto del emperador concedió, sin que se sepan con certeza las razones, la ciudadanía romana a todos los habitantes del imperio.
Una historia llena de pequeñas piezas, de los diminutos restos que han llegado hasta nosotros glosando breves fragmentos de algunas vidas anónimas, como la del ex esclavo que logró tener un negocio propio; o la del panadero que se hizo rico y pudo costearse un fastuoso monumento funerario; o la de los historiadores romanos que, conscientes de la incoherencia de sus propios mitos, los reescribieron, aplicándoles el barniz de los hechos sucedidos y desdibujando aún más los rasgos de lo que realmente sucedió.
Una historia de mil años, con más huecos e incógnitas que certezas.
“Ya no creo, como antes ingenuamente sí lo creía, que tengamos mucho que aprender directamente de los romanos, ni siquiera de los antiguos griegos, ni de ninguna otra civilización antigua. No tenemos necesidad de leer sobre las dificultades de las legiones en Mesopotamia ni contra los partos para comprender que cualquier intervención militar moderna en Asia occidental sería desacertada. Ni siquiera estoy segura de que los generales que proclaman seguir las tácticas de Julio César lo hagan más allá de su imaginación (…) Además, los romanos estaban tan divididos como lo estamos nosotros sobre cómo pensaban que funcionaba, o debería funcionar, el mundo.”