jueves, 23 de octubre de 2014

Por qué fracasan los países

Por qué fracasan los países
Daron Acemoglu, James A. Robinson

Siempre han existido intentos de ir más allá de la explicación de los hechos históricos; ensayos que pretenden encontrar la “fórmula”, el conjunto de mecanismos que expliquen por qué se producen los acontecimientos y cómo evolucionarán en el futuro. “La decadencia de Occidente”, en el que Splenger presenta la historia como un hecho cultural; los libros de Jared Diamod, que propone una explicación geográfica para describir el devenir de las naciones; los recientes “Imperios” (Burbank & Cooper), “El sueño del Imperio” (John Darwin) – estos dos en realidad son más bien descriptivos -, “¿Por qué manda Occidente?” (Ian Morris) – en el que establece ¡una escala numérica! con la que determinar el papel que jugará cada país en el futuro - y bastantes más, la mayoría de ellos publicados en inglés.

Todos son interesantes e invitan a la reflexión. Pero desde que se publicó en 2012, este “Por qué fracasan los países”, escrito por un economista y un politólogo, ha atraído casi todas las miradas.

Está escrito en un estilo llano y accesible y estructurado con una claridad admirable. En el primer capítulo se presentan dos localidades separadas solo por unos metros: Nogales (Arizona) y la Nogales mexicana, y se describen las enormes diferencias de prosperidad, servicios y oportunidades que existen entre ellas. En el capítulo siguiente se analizan las diferentes teorías con las que históricamente se ha intentado explicar por qué unos países prosperan y otros no señalando las inconsistencias que los autores ven en ellas (pg. 89):

Defenderemos la idea de que, para comprender la desigualdad en el mundo, tenemos que entender por qué algunas sociedades están organizadas de una forma muy ineficiente y socialmente indeseable. (…) Como mostraremos, los países pobres lo son porque quienes tienen el poder toman decisiones que crean pobreza. No lo hacen bien, no porque se equivoquen o por su ignorancia, sino a propósito. Para comprenderlo (…) debemos estudiar cómo se toman realmente las decisiones, quién las toma y por qué estas personas deciden hacer lo que hacen.”

Y en el tercer capítulo establecen su tesis principal (pg. 98):

Las instituciones económicas extractivas tienen como objetivo extraer rentas y riqueza de un subconjunto de la sociedad para beneficiar a un subconjunto distinto”

En contraposición a esas instituciones extractivas existen las inclusivas, que posibilitan una participación más plural en la toma de decisiones mediante la presencia de grupos de interés diversificados, representativos de mayores bloques de población, lo que permite la generación riqueza, la existencia de incentivos y la destrucción positiva (sustitución de modelos ya existentes por otros nuevos, con el consiguiente cambio tecnológico). En definitiva, las instituciones inclusivas cambian los mercados y medios de producción y favorecen la destrucción creativa.

En las instituciones de cualquier país hay una mezcla de comportamientos inclusivos y extractivos, de manera que no todas las naciones, incluso perteneciendo al mismo ámbito cultural, se desarrollan del mismo modo. Son estas pequeñas divergencias, que provocan distintas reacciones ante circunstancias históricas excepcionales, las que determinan que unas naciones logren el éxito y otras no.

En los diferentes capítulos se argumenta con ejemplos históricos (pasados y presentes) muy claros la teoría de que la naturaleza de las instituciones de un país es la que permite o imposibilita el desarrollo económico y tecnológico de la nación. Por lo tanto la instauración del libre mercado, si no va acompañada de un cambio inclusivo en las instituciones, no permitirá el desarrollo del país (en contra de la opinión “liberal” imperante):

Países como Afganistán son pobres debido a sus instituciones extractivas (que dan como resultado la inexistencia de derechos de propiedad, ley y orden o buenos sistemas legales y que conducen al dominio asfixiante de la vida política y económica ejercido por las élites nacionales e, incluso, locales)”

Para según qué “estadistas”, “expertos” y “periodistas” este libro debe haber sido una píldora de cianuro, bien lejana de aquella Arcadia feliz que dibujó Fukuyama en “El fin de la Historia” que jamás existió salvo en en el interior de algunas mentes y cuentas corrientes.

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