Contra Armada
Contra Armada
Luis Gorrochategui
En los últimos años hemos
asistido a la aparición de una corriente ensayística (cuyo máximo exponente es
el exitoso “Imperiofobia”) en la que se reivindican el papel y el valor
histórico del imperio español, en contra de la tan asentada leyenda negra.
Dejando a un lado el ridículo paroxismo político en el que nos encontramos, que
intenta encasillar cualquier actividad que se haga hoy día en España, el tema
es muy interesante y también está sacando a la luz sucesos y puntos de vista
que la historiografía tradicional tenía arrinconados.
Este “Contra Armada” es
uno de esos libros, y narra el intento inglés, tras desbaratarse la Armada
Invencible, de acabar con la flota española y conquistar Lisboa y Las Azores,
tratando así de yugular el tráfico de galeones entre Las Indias y Europa para
finiquitar el imperio español.
Es un tema prácticamente
desconocido (al menos para mí). La reunión de una flota aún mayor que la Armada
Invencible (transportando una tropa también más numerosa) con el objetivo de
atacar los barcos de la Invencible que estaban siendo reparados en Santander,
para dirigirse después a Lisboa, tomarla por la fuerza, sentar en el trono a un
pretendiente afín a la Corona inglesa y así acabar con la supremacía española.
La teoría, como en el caso de la Invencible, era brillante, pero el discurrir
de los hechos fue otro.
Para empezar, el mando inglés
estaba dividido entre Drake y Norris, que no estaban en buenos términos y
tenían diferentes puntos de vista sobre los objetivos a conseguir. Así, se pasó
de largo ante Santander y se arribó en La Coruña, una ciudad pequeña que
prometía un botín fácil y un buen puerto intermedio entre Inglaterra y Lisboa.
La Coruña, a pesar de la diferencia aplastante de efectivos, resultó
irreductible y, además de perder miles de hombres, implicó una pérdida de
tiempo considerable; tiempo que España empleó para organizar la defensa de
Lisboa. También allí las discrepancias en el mando condujeron a una estrategia
a la postre desastrosa, con la infantería inglesa desembarcando a 70 kilómetros
de distancia de la ciudad, sin mapas ni logística para el avituallamiento y con
una imagen equivocada de la situación social respecto a un hipotético candidato
del bando inglés para el trono de Portugal.
Al final, el sitio de la ciudad
se tuvo que levantar y en la persecución consiguiente la flota y el ejército
sufrieron miles de bajas, incrementadas por una terrible epidemia de peste una
vez embarcados. El resultado fue el retorno a Inglaterra de unos 15.000 hombres
menos de los que se embarcaron para la expedición y la pérdida de unos cien
barcos.
Esto es lo bueno del libro:
cuenta hechos poco conocidos y los deja claros. Lo malo es el estilo desmañado
del autor, que pretende evocar un castellano arcaico y sólo resulta forzado y
desacertado. Aparte de la prosa propiamente dicha, el autor es aficionado al
melodrama y nos sitúa permanentemente ante mujeres llorosas, ancianos rezando y
niños asustados, sin dar testimonios ni reproducir (caso que las haya) las
voces de los protagonistas, con lo que al final lo que tenemos no es una
inmersión en la situación del momento, sino un cliché de obra de teatro barata.
También resulta sorprendente la referencia continua a los ingleses como
anglicanos, como si todos (y más en aquella época de guerras de religión)
profesaran la misma fe; y finalmente resulta muy cansina la vindicación
permanente de los españoles.
Es una pena porque podría haber
sido un gran libro. Un historiador auténtico sólo necesita los hechos para
conmover.
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