Otto Klemperer. His life and
times (1885-1933)
Peter Heyworth
Primera parte de la
documentadísima biografía de Heyworth en la que aborda la vida del gran
director de orquesta y, como augura el título, la época en la que se
desarrolló.
Los años formativos, la huella
indeleble de Mahler (el director llevaría consigo toda su vida una tarjeta de
recomendación escrita por el compositor) y la adhesión a un modo interpretativo
alejado de las efusiones románticas de la época constituyen las claves
profesionales de este periodo, junto a un trastorno maníaco-depresivo que lo
acompañaría toda su vida y que lo obligaría a desaparecer periódicamente para
someterse a tratamiento.
Un trastorno que marcaría también
sus relaciones profesionales y personales, que siempre resultaban tormentosas
durante la fase maníaca; por el contrario, en la fase depresiva Klemperer se
volvía taciturno y cauto hasta la inseguridad (llegaría al punto de contratar a
colegas más jóvenes para que asistieran a sus ensayos y le señalaran sus
errores).
Y, naturalmente, el Kroll. Un
teatro de ópera que sólo aguantaría cuatro años abierto, pero que se organizó
en torno a los presupuestos artísticos y musicales de Klemperer, que quedó
asociado para siempre a ese breve período en el que hubo éxitos y fracasos,
pero en el cual se estableció una aproximación a la ópera de la que después
bebieron el nuevo Bayreuth y gran parte de los grandes teatros europeos
(abandono del naturalismo en las puestas en escena, estrenos de óperas
contemporáneas todas las semanas y numerosos y muy trabajados ensayos antes de
los estrenos). Tan efervescente fue ese período del Kroll, que Klemperer llegó
a considerar el resto de su vida profesional un anti clímax.
Tras el cierre del teatro,
contemporáneo a la aparición de los nazis, el clima cultural y político se
volvió irrespirable. Hasta tal punto que Klemperer, tras sufrir una caída desde
el podio al ceder la balustrada en la que se apoyaba, llegó a pensar que había
sido víctima de un sabotaje por ser judío. El veto a Bruno Walter, una de las
estrellas del momento, abrió los ojos a muchos artistas y comenzó la diáspora.
Klemperer se marcha a Suiza y comenzará su calvario personal.
Otra imagen curiosa que deja este
primer volumen es la valoración que hacían el público y la crítica del momento
sobre los grandes nombres de la batuta: Toscanini, Furtwängler y Bruno Walter
eran los grandes ídolos, con Richard Strauss como el gran referente de la
batuta; Klemperer era considerado un genio irregular, y alguien como Erich
Kleiber era tenido por un secundario de calidad. Vivir para ver.
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