lunes, 11 de junio de 2012

Historia de las relaciones internacionales


Historia de las relaciones internacionales
II. Del sistema de Yalta a nuestros días
Charles Zorgbibe

La imagen de la reseña pertenece en realidad al hermano de este volumen: el que dedicó Zorgbibe a la diplomacia mundial que operó desde la Europa de Bismarck hasta el final de la Segunda Guera Mundial. En este segundo volumen se ocupa del período comprendido entre el final del conflicto y el arranque de la década de los noventa del pasado siglo.

Lo primero que llama la atención (al igual que me ha sucedido con otros volúmenes de esta colección “Alianza Universidad”) es lo mal traducido que está el texto. Hay abundancia errores ortográficos y de sintaxis que hacen algunas frases casi ilegibles. Quizá suceda esto porque los traductores son especialistas en las materias recogidas en los ensayos y no profesionales de la traducción, pero dado el precio de los libros convendría que Alianza (tan cuidadosa con su catálogo) puliera este inconveniente.

El ensayo toca tal cantidad de sucesos que hablar de análisis resulta casi imposible. En realidad el volumen es más bien una secuencia de acontecimientos más o menos contextualizados y someramente explicados. Sirve para hacerse una idea algo ordenada de la marea de la historia en esa frenética segunda mitad del siglo XX, pero si (como es mi caso) no se tienen conocimientos previos sobre determinados episodios, el raudal de hechos, nombres, fechas y tratados puede apabullar y no dejar claros los acontecimientos propiamente dichos. A cambio, se tiene un volumen de consulta rápida sobre casi todas las cuestiones fundamentales de la política internacional de la época.

¿Qué impresión final queda después de leer el ensayo? En primer lugar, la cantidad de historia producida en Oriente Próximo: hay casi tantas páginas dedicadas a esa zona (Israel, Palestina, Egipto, Irán, Irak, Líbano, Siria, Kuwait, Arabia, Afganistán y todas las relaciones imaginables entre ellos y de ellos con otras naciones) como al enfrentamiento entre EEUU y la URSS. También resulta sorprendente (al menos para mí) la presencia desvahída, casi inane de estadistas europeos enormemente prestigiosos como François Miterrand, Margareth Tatcher o Helmut Kohl que no parecen haber influido decisivamente en negociaciones y acuerdos, comparada con el relieve que cobran otros políticos hoy prácticamente olvidados fuera de sus naciones y de las aulas como Adenauer o el egipcio Sadat. España, obviamente, ni está ni se la espera.

Una lectura satisfactoria y bastante esclarecedora. Y tiene momentos verdaderamente incisivos, como este al comienzo del capítulo 27 (página 380) en el que se analiza la situación internacional de EEUU a finales de los sesenta, justo antes de la visita de Nixon a China:

El nuevo juego triangular se fundaba en las relaciones de antagonismo entre los tres actores [China-URSS-EEUU] pero, como demostró Michel Tatu en un análisis minucioso de la constelación triangular, los antagonismos no eran siméticros. En las relaciones del gobierno de Washington con sus dos interlocutores, el antagonismo era fortuito, puesto que la rivalidad de EEUU y de la URSS no tenía una razón puramente nacional, su enfrentamiento nunca había sido directo y el apaciguamiento en sus relaciones condujo al respeto mutuo de sus zonas de influencia; el antagonismo chino-americano, que seguía a una larga tradición de amistad, había obstaculizado ciertamente la unidad nacional de China, pero el resto del contencioso era pequeño. Por el contrario, la reconciliación chino-soviética parecía en aquella época improbable: los soviéticos y los chinos tenían en común la frontera más larga del mundo, la seguridad inmediata de sus territorios respectivos estaba en juego, la comunidad ideológica conllevaba la excomunión mutua y la voluntad de acabar con los “hermanos cismáticos”. Así, a largo plazo, el juego triangular parecía favorecer a EEUU que “menos prisioneros de prejuicios doctrinales” y no teniendo adversarios sistemáticos “deberían poder jugar más libremente”.

Dejo para el final los dos mejores recuerdos del libro: la caída del telón de acero y la desaparición del apartheid. Mediante el diálogo. A través de la razón y el sentido común. Recordarlo alegra el corazón.

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