sábado, 2 de junio de 2012

Soldado de Sidón


Soldado de Sidón
Gene Wolfe

En 1986 publicó Gene Wolfe “Soldado de la niebla”, a la que siguió tres años después “Soldado de Areté”. En ellas nace el soldado Latro, cuyas andanzas terminan (al menos de momento: la publicó en 2006 con 75 años de edad) en “Soldado de Sidón”, que publica La Factoría de Ideas –a la que hay que agradecer que retome un autor tan abandonado en España- con unas cuantas erratas en la traducción, unos bonitos grabados encabezando cada capítulo y una portada que recuerda al egipcio Sinhué o a la tierra de faraones filmada por Howard Hawks y que no refleja demasiado bien lo que nos vamos a encontrar encerrado bajo las solapas.

Latro es un soldado tocado por los dioses: olvida cada noche lo que le sucedió a lo largo de la jornada; es, como lo describe uno de sus compañeros de viaje, un recipiente roto. Por ello escribe en un pergamino, antes de dormir, los sucesos del día, para poderlos leer de nuevo y recordar artificialmente quién es y quiénes son los que le rodean. Todo está narrado en primera persona a partir de las anotaciones del pergamino y es tal la habilidad de Wolfe, que a pesar de recordar Latro casi en cada capítulo su desmemoria, describir para sí mismo quiénes le acompañan o cuál es su cometido, nunca nos aburrimos.

Esta tercera novela, al contrario que sus predecesoras que transcurrían en la antigua Grecia, se desarrolla en el Egipto sometido a la dominación persa. De nuevo la mitología convive con los hechos cotidianos y las apariciones de dioses y seres fantásticos se imbuyen de normalidad, tanto para Latro (que parece un elegido de las deidades) como para el resto de personas. Todos los habitantes de este antiguo Egipto aceptan un más allá poblado de dioses y animales mitológicos y todos son conscientes de convivir con ellos.

La etiqueta “novela histórica” se ha vuelto, me temo, demasiado elástica y acoge cualquier engendro que cite o se desenvuelva (al menos en la imaginación del autor) entre hechos registrados por la historia. La naturaleza de la obra imaginada por Wolfe creo que trasciende esa etiqueta: a partir de una ambientación puntillosa se crea un Egipto que probablemente nunca existió. Creo que no hay en toda la novela un solo anacronismo. Los materiales, los alimentos, los ropajes, los arreos de los animales, todo está pensado y descrito de acuerdo a lo que se sabe de aquella época y, sin embargo, viajamos mucho más allá; a un Macondo egipcio, transportados por prosa concisa y bella y por una poderosa imaginación.

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