Mi
último suspiro
Luis
Buñuel
Buñuel
reconoce que no tiene el don de la escritura así que, ya
octogenario, en colaboración con su amigo Carrière, se dispone a
reconstruir sus memorias. El resultado es un libro deslumbrante,
lleno de naturalidad, en el que muchos pasajes parecen completamente
fabulosos (y quizá lo sean) y todos salen de las páginas frescos,
como si sucedieran en el momento en que se leen.
Una
vida trepidante que discurrió entre Madrid, París y México con dos
breves interludios norteamericanos. Una vida que llegó al cine de
casualidad, después de haber pasado por la facultas de ingeniería y
de filosofía y de haber coqueteado con la escritura y en la que
transcurrieron quince años alejados de las cámaras entre sus
primeras películas y el grueso de su producción (realizado en
México).
En
todos esos años su inquietud y su talento le permitieron conocer a
muchas de las personalidades artísticas más importantes del momento
(Lorca, Dalí, Baroja, Unamuno y un larguísimo etcétera). Con Dalí
mantuvo una relación especial hasta que el pintor conoció a Gala, a
la que Buñuel odiaba por haber transformado a su amigo en un ser
egocéntrico obsesionado con el dinero.
Del
aspecto profesional de su vida comenta poco. Unas pocas anécdotas,
el escaso presupuesto y tiempo de los que disponía para hacer sus
películas y poco más. En un momento dado nos cuenta que no le
apetece hablar de sus películas, que para eso ya están otros y
suelta esta perla:
“no
creo que una vida pueda confundirse con un trabajo”
La
vida de Buñuel mereció la pena ser vivida.
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