viernes, 17 de marzo de 2023

Franco, Caudillo de España

 

Franco, Caudillo de España
Paul Preston

Este lo tenía pendiente desde hace tanto, que es la primera edición que se publicó (1993). Hay al menos otra más reciente, aunque vista la ley de secretos oficiales que tenemos en España y que el grueso de la correspondencia de Franco (incluida la mantenida como jefe del Estado) es propiedad privada y pertenece a sus descendientes, resulta difícil pensar que Preston haya podido acceder a nuevas fuentes. Pero vete a saber.

Una figura escurridiza, en parte por una personalidad retraída que se cuidaba mucho de exponer sus sentimientos en público, y en parte por cálculo político, ya que siempre, y mucho más cuando accedió al poder absoluto, puso su permanencia en el poder por encima de cualquier otra consideración. Si a eso le añadimos la controversia permanente sobre la dictadura y su posible legado en la política española contemporánea, y que somos un país en el que la Guerra Civil (que terminó hace casi un siglo) sigue siendo un tema de actualidad, lo que tenemos es una auténtica selva de opiniones que en su mayor parte no se sustentan en datos o utilizan sólo los que interesan para sostener un punto de vista concreto.

Parece que Preston convence bastante a tirios y troyanos en su semblanza del dictador, que nos pinta a un chico retraído, avergonzado de la conducta libertina de su padre (que les abandonó por una amante) y rendido ante su madre, profundamente católica y muy estricta. El ejército fue para Franco una fuga de las limitadas opciones que ofrecía El Ferrol, y un lugar en el que la disciplina y el orden le hicieron sentir muy cómodo. Su ambición, su capacidad de organización y su lealtad hacia sus superiores, fueron premiadas con ascensos fulgurantes; y la campaña marroquí dio salida a una violencia que estaba latente pero que Franco contenía en su vida civil. La Guerra Civil y los quince años posteriores al final de la contienda (juicios, encarcelamientos y represalias que escandalizaron incluso a los enviados de la Alemania nazi y la Italia de Mussolini) serían otros episodios en los que el ya general demostraría una enorme saña y falta de escrúpulos.

Fue en el ejército donde se formaron las principales convicciones, en lo que al ejercicio del poder se refiere, que marcarían toda la trayectoria de Franco: si la patria estaba en peligro, el ejército tenía derecho a intervenir por encima de cualquier otra autoridad; todos los movimientos de izquierda eran organizaciones alentadas desde el Kremlin para imponer el comunismo en España; los masones eran una organización internacional que buscaba la desestabilización de las naciones mediante las elecciones democráticas y el libre mercado (después de la guerra se confeccionó una lista de todos los masones que había en España en la que figuraron más de 80.000 nombres, aunque todas las logias masónicas juntas nunca tuvieron más de 1.500 afiliados). Desde estos presupuestos, para Franco una posible reconciliación entre bandos era impensable y dedicó los años de la guerra y los quince siguientes a la represión brutal e implacable de todo lo que no fuera asimilable a lo que él denominó Cruzada.

Una vez terminada la guerra, se acentuó otro rasgo de la personalidad de Franco: su deseo de adulación y una capacidad infinita para dejar de lado cualquier realidad que no encajase con su visión del mundo. Esto provocó una crisis sistémica en todo el aparato productivo del país, con hambrunas, inflación galopante y desempleo que condujeron a huelgas episódicas, a pesar del enorme y brutal aparato represivo organizado por Franco. También dio lugar a las diversas relecturas del pasado alentadas por el propio dictador que pasó, en sucesivas piruetas, de ser un admirador y colaborador del Eje durante la guerra mundial, a un aliado y admirador del modelo estadounidense.

La Guerra Fría, la ubicación estratégica de la Península Ibérica y la cruda realidad económica de España (en la que sólo los grandes nombres del régimen amasaron fortunas), facilitaron la llegada al poder, con López Rodó a la cabeza, de una generación de tecnócratas, bien formados, conocedores de la situación internacional y que no habían luchado en la Guerra Civil, por lo que para ellos la Cruzada y el propio Caudillo eran sólo sucesos transitorios, y no definitorios de la identidad nacional.

Y así llegó el año 1957, en el que Franco, que no tenía conocimientos de economía, dio el visto bueno al nuevo plan económico; probablemente sin comprender todo su alcance, ya que ese plan devolvía a España al mercado mundial y hacía saltar por los aires muchos de los ejes de la política franquista posterior a la guerra. También traía consigo la conversión de Franco de un agente político activo a una figura más simbólica, dado que la complejidad de la nueva situación superaba su capacidad para decidir (en una reunión en la que se le bombardeaba con detalles técnicos terminó diciendo: “de acuerdo. No le entiendo, pero le creo”).

Y con la nueva generación llegó también un cambio de perspectiva, en el que no se veía ni a Franco ni a la Falange como los dirigentes de la nación. Ahí se plantaría la primera semilla de la restauración de la Monarquía, que iría germinando en la década de los 60, conforme declinó la salud de Franco (enfermo de Parkinson) y aumentó la complejidad técnica de los asuntos ministeriales, lo que aislaría poco a poco al dictador de la labor diaria de gobierno.

Y con el tiempo llegó también la inevitable muerte, muy a pesar del ala más conservadora de su último gobierno, y, de un modo sorprendente, después de cuarenta años de dictadura y represión, bastaron sólo tres para que el franquismo fuese enterrado y la democracia se considerase la normalidad.

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