Relatos
Rudyard Kipling
Acabo de terminar este volumen que recoge una selección
(pequeña: escribió centenares) de los cuentos de Kipling. Solo conocía su
novela “Kim” y el clásico “Libro de las tierras vírgenes” y me
pareció que como aficionado estaba obligado a leer algo más de alguien como él.
Dicen que es difícil opinar sobre la obra de Kipling
porque se mezcla con el personaje público, defensor del Imperio y de la
probidad y la superioridad del blanco sobre todos los demás. A mí las
valoraciones políticas aplicadas a las obras de arte siempre me han dejado
indiferente. Además, creo que en el caso del británico hace ya mucho tiempo que
cualquier opinión suya ajena a la literatura ha dejado de tener importancia y,
aunque es cierto que alguno de sus personajes realiza algún comentario que
puede ofender, lo mismo podría decirse de otros escritos de cualquier época.
Lecturas políticas aparte, lo que
hay en este volumen es una de las mejores colecciones de relatos que puedan
leerse. Aquí están los aventureros que se convirtieron en reyes de Kafiristán;
el indefinido Morrowbie Jukes que, tras una loca cabalgada, termina en un
Purgatorio en vida; el pobre niño trasladado a Inglaterra para educarse en las
costumbres de un pueblo civilizado; los dos parias que terminan, de un modo
inesperado, convertidos en héroes en “Tambores de guerra”; el hombre que
aspiraba a ser escritor y solo lograba crear literatura cuando recordaba que
antes había sido otros hombres; los cartesianos ingenieros constructores de
puentes enfrentados al panteón hindú; el inefable cristal que los musulmanes
llaman ojo de Alá; Shakespeare inventando la Biblia...
Todo en un estilo consumado, como
muestra esta descripción del protagonista de “El alba malograda”:
Carecía del más mínimo pudor, en cuanto a autobombo y
“reconocimiento”; elaboraba siniestras intrigas; establecía mezquinas amistades
y alianzas que disolvía a la semana siguiente en favor de relaciones más
prometedoras; adulaba, desairaba, sermoneaba, manipulaba y mentía con el
desenfreno de un político en su afán por conseguir el título de caballero, no
para él (no dejaba de invocar a su Hacedor para que lo librara de semejante
pensamiento), sino como tributo a Chaucer.
Es imposible resumir el tesoro
que encierra este libro. Tan imposible como destejer algunos de los relatos que
aparecen en él, que están escritos con engañosa sencillez y, sin embargo, son
de una sutileza inaprensible.
Letras
de oro.
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