lunes, 16 de julio de 2012

Los cuentos de Kipling


Relatos
Rudyard Kipling

Acabo de terminar este volumen que recoge una selección (pequeña: escribió centenares) de los cuentos de Kipling. Solo conocía su novela “Kim” y el clásico “Libro de las tierras vírgenes” y me pareció que como aficionado estaba obligado a leer algo más de alguien como él.

Dicen que es difícil opinar sobre la obra de Kipling porque se mezcla con el personaje público, defensor del Imperio y de la probidad y la superioridad del blanco sobre todos los demás. A mí las valoraciones políticas aplicadas a las obras de arte siempre me han dejado indiferente. Además, creo que en el caso del británico hace ya mucho tiempo que cualquier opinión suya ajena a la literatura ha dejado de tener importancia y, aunque es cierto que alguno de sus personajes realiza algún comentario que puede ofender, lo mismo podría decirse de otros escritos de cualquier época.

Lecturas políticas aparte, lo que hay en este volumen es una de las mejores colecciones de relatos que puedan leerse. Aquí están los aventureros que se convirtieron en reyes de Kafiristán; el indefinido Morrowbie Jukes que, tras una loca cabalgada, termina en un Purgatorio en vida; el pobre niño trasladado a Inglaterra para educarse en las costumbres de un pueblo civilizado; los dos parias que terminan, de un modo inesperado, convertidos en héroes en “Tambores de guerra”; el hombre que aspiraba a ser escritor y solo lograba crear literatura cuando recordaba que antes había sido otros hombres; los cartesianos ingenieros constructores de puentes enfrentados al panteón hindú; el inefable cristal que los musulmanes llaman ojo de Alá; Shakespeare inventando la Biblia...

Todo en un estilo consumado, como muestra esta descripción del protagonista de “El alba malograda”:

Carecía del más mínimo pudor, en cuanto a autobombo y “reconocimiento”; elaboraba siniestras intrigas; establecía mezquinas amistades y alianzas que disolvía a la semana siguiente en favor de relaciones más prometedoras; adulaba, desairaba, sermoneaba, manipulaba y mentía con el desenfreno de un político en su afán por conseguir el título de caballero, no para él (no dejaba de invocar a su Hacedor para que lo librara de semejante pensamiento), sino como tributo a Chaucer.

Es imposible resumir el tesoro que encierra este libro. Tan imposible como destejer algunos de los relatos que aparecen en él, que están escritos con engañosa sencillez y, sin embargo, son de una sutileza inaprensible.

Letras de oro.

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