lunes, 22 de abril de 2013

Caballo Loco y Custer


Caballo Loco y Custer
Stephen Edward Ambrose

En la contraportada del libro nos avisan de la bella narración que hace Ambrose de la vida de estos personajes. No sé qué le parecerá a un latinoamericano la traducción, pero a mí me ha costado leerla; reportar por informar, unos cuantos giros típicos de aquellas tierras, amén de una decisión cutre para expresar las cifras numéricas (“10 mil”, “20 mil”, etc ¿?) hacen que la supuesta belleza quede un tanto ajada. Aún así hay buenos momentos, pero se queda uno con las ganas de una traducción mejor hecha. En cualquier caso es un libro apasionante que recorre, desde su nacimiento, las biografías de Custer y Caballo Loco.

La vida de Custer, lógicamente, se conoce con mucha más precisión. Su carácter impulsivo, poco dado a la reflexión y al cálculo, junto a su apostura física y a su ambición le hicieron destacar desde la adolescencia. Tanto impresionó a determinados contactos que, siendo hijo de una familia humilde, consiguió ingresar en la exclusiva West Point donde su carisma lo convirtió en una estrella. La Guerra Civil, en la que se valoraba más el resultado que el modo en que se conseguía (esto es: las bajas no se tenían en consideración), lo catapultó momentáneamente al rango de general y lo llevó a coquetear en la palestra política de la posguerra. Los conflictos indios, debidos a la ocupación de sus tierras por los colonos, los buscadores de oro y los ferrocarriles, y también a la incomprensión de los respectivos modos de vida, provocaron el encuentro de los dos protagonistas de esta historia.

De Caballo Loco se conocen menos cosas. Los indios no tenían cronología y su tradición era oral. Fueron un pueblo nómada, en permanente conflicto con el resto de tribus (conflictos muchas veces incruentos, que con mucha frecuencia tenían más de exhibición que de violencia física), que vivía de la caza y del pillaje sobre otros poblados indios. Todos los hombres del poblado, con la excepción de los chamanes, eran cazadores y guerreros y, también desde muy joven, Caballo Loco destacó por su habilidad en ambas actividades.

Lo que más me ha gustado del libro es el reflejo del modo de vida indio. La vida cotidiana consistía en cazar, preparar comidas, mantener los tipis y los útiles de trabajo y, una vez terminadas esas actividades, en jugar con los hijos, hablar y reunirse. No se concebía la propiedad privada al margen de la comunidad: se podía poseer un gran número de caballos pero, en caso de necesidad común, el poblado tenía derecho a usarlos. Tampoco existía un liderazgo como el que conocemos en nuestra cultura; un líder indio podía decidir ir a la guerra, pero cada indio individual tenía libertad para sumarse o no al llamado. Da que pensar. Quizá hayan sido el último pueblo libre de Occidente.

Con esas premisas el choque con unos Estados Unidos en permanente expansión era inevitable. Como también lo era el final del modo de vida indio, pese a victorias pírricas como la de Little Bighorn. A pesar de la iconografía de Hollywood, todos los grandes líderes indios eran conscientes de que no podían ganar aquella guerra. Lo que les diferenció fue el modo de aceptar la derrota. La mayoría optó por amoldarse a las exigencias del hombre blanco y resignarse a malvivir en las reservas, donde languidecieron hasta convertirse en espectros. Los menos decidieron mantener su modo de vida ancestral mientras quedaran búfalos para alimentarse. Caballo Loco y Toro Sentado fueron dos de ellos. Los principales. Ambos murieron asesinados a instancias de los jefes indios que decidieron quedarse en las reservas, pues consideraron que aquellos dos guerreros rebeldes amenazaban su autoridad ante su propio pueblo y su posición ante el hombre blanco.

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