jueves, 9 de mayo de 2013

El gran Gatsby


El gran Gatsby
Francis Scott Fitzgerald

Este era una deuda pendiente desde que intenté leerlo hace la torta en una vieja edición. En aquel entonces me resultó relamido y cargante y como la película de Robert Redford tampoco me gustó nunca, quedó enterrado. Cuando hace poco hablé del libro con un amigo, me dijo que era un “must” (como dicen los americanos) y que había sido muy mal traducido hasta que Anagrama editó esta traducción de Justo Navarro en 2011.

No sé si habrá sido la nueva traducción o el paso de los años, pero en este segundo intento el libro se ha transformado para mí. Elegante en la prosa, elegante en la construcción de la historia, elegante en la formación de los personajes. Respira clase, estilo y delicadeza en cada párrafo. Como cuando describe la cara de Daisy bañada en luz o el rayo de luna que separa a dos amantes antes de besarse.

La novela se publicó cuando Fitzgerald rondaba la treintena, en una época en la que frecuentó a Hemingway, viajó por Europa y fue feliz con su mujer. Cuando ella aún estaba sana y el alcohol y los aprietos económicos todavía no habían estragado el cuerpo y la mente de él. ¡Qué gran escritor fue!

Treinta años: la promesa de una década de soledad, una lista menguante de solteros por conocer, una reserva menguante de entusiasmo, pelo menguante. Pero a mi lado estaba Jordan, que, a diferencia de Daisy, era demasiado lista para arrastrar de una época a otra sueños olvidados. Mientras atravesábamos el puente en penumbra su cara se apoyó pálida y perezosa en la hombrera de mi chaqueta y la presión tranquilizadora de su mano fue calmando el formidable golpe de los treinta años.

Así seguimos el viaje hacia la muerte a través del atardecer, que empezaba a refrescar.”

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