El ojo del observador
Laura J. Snyder
Vermeer, el pintor de la luz, y
Leeuwenhoek, el que iluminó lo infinitamente pequeño. Los dos vivieron en la
próspera y dinámica Holanda del siglo XVII, en la misma plaza de Delf, separados
por una caminata de cinco minutos. Dos estudiosos de la luz y de su uso;
Vermeer para jugar con sombras y colores; Leeuwenhoek para descubrir mundos
infinitos que no se sospechaba que existieran dentro de nuestro mundo.
A pesar de su vecindad y de sus
intereses comunes, no sabemos si llegaron a conocerse en persona; aunque Leeuwenhoek,
empleado municipal, llegó a ser el encargado de tasar los bienes de Vermeer
tras su fallecimiento y aparece en uno de los cuadros del pintor. Pintor de
obra escasa, arruinado tras la guerra contra Francia e Inglaterra, que acabó
con el mercado de los cuadros, lo que redujo aún más la producción de Vermeer,
fallecido joven; estudioso de la cámara oscura (como los filósofos naturales de
la época), que utilizó una y otra vez los mismos motivos mostrándolos bajo
diferentes perspectivas y luces.
Y Leeuwenhoek, otro estudioso de
la cámara oscura, que utilizó para lograr condiciones de observación óptimas para
sus microscopios. Hombre educado en los gremios de la época (en sus comienzos se
ganó la vida como pañero), que se negó a desvelar sus métodos de observación a
la Royal Society y que aún hoy día desconcierta por la precisión de sus
observaciones, de su estimación del tamaño de lo que observaba y por la calidad
pasmosa de sus microscopios y sus muestras preparadas.
“En «El astrónomo» de Vermeer hay un hombre – cuyo modelo quizá fuese
Leeuwenhoek – en su estudio, con la
clara luz del sol inundando la habitación en penumbra e iluminando un globo celesta
que hay sobre la mesa cubierta con un tapiz. El filósofo natural ase el globo
con su gran mano derecha, como si en ella estuviesen encerrados los propios
cielos (o el conocimiento de ellos). En la sombra más oscura que hay tras él
vemos parte de un cuadro de Peter Lely, maestro de Hooke, en el que aparece
Moisés, a quien se describe en los Hechos de los Apóstoles como «versado
en toda la sabiduría de Egipto». El conocimiento antiguo yace en la
oscuridad, mientras que la nueva ciencia está iluminada. Aunque no veamos
ningún instrumento óptico en el cuadro, sabemos que esa misma noche, más tarde,
el astrónomo dirigirá un telescopio hacia el cielo para aumentar el
conocimiento que se halla cartografiado ya en el globo. En esta imagen de la
ciencia del pasado y del futuro, Vermeer sitúa el futura bajo la luz. Es el
nuevo modo de ver, nos dice, que nos permitirá contemplar un nuevo mundo”.
Un libro bellísimo.
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