Johannes Brahms
Jan Swafford
Brahms es un personaje histórico
completamente atípico. Elusivo, encerrado en sí mismo incluso en su juventud,
destruyó toda la música escrita por él que consideró de calidad insuficiente; y
puso el mismo empeño en borrar cualquier testimonio escrito que expusiera su
vida personal. Durante su madurez trató de recuperar toda la correspondencia
que pudo y la entregó a las llamas. Lo único que intentó dejar de sí mismo para
la posteridad fue su música, la música que él consideró adecuada, y ningún
rastro de su persona.
Naturalmente no lo consiguió,
tratándose de alguien que con poco más de veinte años ya destacaba hasta el
punto de impresionar a los Schumann tanto como para incluirle en su círculo más
íntimo desde que se conocieron. Robert vio en Brahms lo que él mismo no
consiguió ser y Clara vio eso y, por lo que parece, mucho más. Un trío que no
se rompió cuando lo hizo la mente de Robert quien, desde el sanatorio, parece
que fue consciente de la atracción entre su mujer y el joven genio y que no vio
con malos ojos que Brahms ocupara su sitio en casa.
Pero los planes de Brahms, que
siempre temió perder su independencia, eran otros y dejó tanto a Clara como a
la siguiente mujer que llegó tan cerca de su corazón como para prometerse en
matrimonio. Y después de eso, cuatro largos años de sequía creativa en los que
se fueron gestando lenta y trabajosamente el estilo del autor y la habilidad
para orquestar. Y después, ya sí, la producción regular de obras, con épocas
realmente frenéticas y el aprecio de los especialistas (el del gran público
tardó más en llegar).
Brahms debió de ser todo un
personaje. Cuando se trasladó a Viena, frustrado por no haber logrado el puesto
de director titular de la Filarmónica de Hamburgo (algo para lo que tampoco
estaba especialmente dotado), era frecuente que abandonara fiestas y homenajes
en la madrugada para ir caminando a casa, dormir tranquilamente y despertarse
antes del amanecer para prepararse un café cargado y empezar a trabajar. Un
músico profesional completamente atípico, cuyo contrato laboral más largo duró
sólo tres años y que nunca se ganó la vida regularmente ni como director ni
como intérprete: casi siempre vivió de componer, y logró amasar una enorme
cantidad de dinero de la que no dispuso de ningún modo especial.
El espaldarazo del Ein
Deutsches Requiem y la venta de sus “músicas domésticas” (danzas, valses,
lieder) lo llevaron a una posición tan desahogada que se pudo permitir trabajar
durante años (a veces casi veinte) en una obra, dejándola reposar a la espera
de mejores ideas y técnicas para llevarlas a cabo.
Y así fue desgranando su irreprochable
corpus musical, mientras el mundo giraba y, como él mismo percibía, se alejaba
de sus presupuestos estéticos: Mahler, Schoenberg, Wolf, Klimt… el mecanicismo
y la disgregación del siglo XX se atisbaban en el horizonte, aunque Brahms
siguió fiel a sí mismo hasta el precipitado final, que llegó bastante antes de
lo que el propio músico pensaba.
Gran libro de Swafford. Cuando se termina, queda la sensación de que se conoce mejor el modo de pensar, de sentir y de trabajar del biografiado; va mucho más allá de la enumeración de fechas y datos. Un logro realmente difícil que repitió en su biografía de Beethoven. Acaba de publicar otra de Mozart. Será otra gran lectura.
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