Marco Tulio Cicerón
Francisco Pina Polo
Tenía pendiente desde
mis primeros acercamientos a la historia de Roma una lectura seria
sobre la figura de Cicerón. Todo lo que conocía de ella era de
segunda mano: referencias de pasada leídas en biografías de Julio
César o libros sobre la Guerra Civil, comentarios en la historia que
escribió Mommsen o, directamente, descalificaciones como las que
recogía Asimov en su libro divulgativo sobre la República.
Este libro cumple de
sobra con las expectativas que tenía. Recorremos la vida del famoso
orador romano glosada con textos extraídos de su vasta producción
(parece que la correspondencia conservada de Cicerón es tan nutrida
que hay épocas de su vida que pueden reconstruirse casi semana a
semana. Y hablamos de alguien que vivió ¡hace 2000 años!) y el
autor siempre se preocupa de contextualizar las reflexiones y
actuaciones del biografiado respecto a la época en que suceden, lo
que resulta muy esclarecedor.
En su faceta pública
queda perfilado un personaje vanidoso poseído, como muchos
contemporáneos de su clase social, por el afán de notoriedad tanto
a través de la obtención de posesiones materiales como del
desempeño de cargos públicos. En ese sentido, la consecución del
consulado (tras una fulgurante carrera en la que desempeñó todas
las magistraturas elegido el primero entre todos los aspirantes y con
el mínimo de edad que exigía la ley para cada cargo) constituyó el
cénit de su carrera política. Paradójicamente la dura (y muy
discutida por algunos pues terminó con el ajusticiamiento de
ciudadanos romanos sin juicio previo) represión de la revuelta de
Catilina, considerada por Cicerón su mayor servicio a la República,
fue también el origen de su momento más aciago: los dieciséis
meses de destierro, que solo terminaron gracias a la intercesión de
Pompeyo. Después, el intento de restitución de la gloria perdida,
el proconsulado forzoso en Cilicia, la Guerra Civil y la indecisión
sobre cómo actuar, el advenimiento de César con los devaneos para
no enemistarse con el dictador, los problemas familiares (su
divorcio, el alejamiento de su hermano y el enfrentamiento con su
sobrino, la muerte de su hija Tulia) y, tras el asesinato de César,
las filípicas contra el tirano (como lo describió Cicerón en
múltiples ocasiones) y sus eventuales herederos y, finalmente, la
muerte a manos de seguidores de Marco Antonio (acérrimo enemigo).
El libro se cierra con
tres curiosos apéndices que recogen la imagen enormemente negativa
legada por Mommsen del gran orador a través de su monumental
historia de Roma, las conclusiones de un estudio psicoanalítico
realizado en los sesenta por Paul Briot y un resumen de la imagen que
tenía de sí mismo nuestro hombre.
Ha sido una buena
lectura. Un buen libro de historia que nos bosqueja un personaje
poliédrico, sediento de gloria civil (la militar siempre le resultó
ajena), que estimaba su figura pública en una talla muy superior a
su peso real, indeciso en los momentos que exigieron decisión y
capacidad de maniobra política y tendente en su correspondencia a
dramatizar las situaciones personales y a culpar a otros de sus
problemas. También un conservador acérrimo (aunque
circunstancialmente no dudó en defender posturas opuestas cuando
César y Pompeyo se lo requirieron o cuando lo estimó necesario para
salvaguardar su persona) que no estaba dispuesto a consentir ningún
cambio en el sistema republicano tradicional y que consideraba los
problemas de su época debidos, no a fallos estructurales de dicho
sistema, sino a defectos en las personas que desempeñaban los cargos
públicos a las que pensaba que se debía eliminar físicamente. Fue
también un agudo observador de la vida política de su época, un
experto jurista y un eximio orador y escritor. Y esta última faceta
es la que le ha permitido llegar hasta nosotros; no envuelto en el
frío mármol de las estatuas, sino en el cálido vestido de las
letras, que con sus arrugas nos permite conocer a Marco.
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