miércoles, 8 de agosto de 2012

Cicerón


Marco Tulio Cicerón
Francisco Pina Polo

Tenía pendiente desde mis primeros acercamientos a la historia de Roma una lectura seria sobre la figura de Cicerón. Todo lo que conocía de ella era de segunda mano: referencias de pasada leídas en biografías de Julio César o libros sobre la Guerra Civil, comentarios en la historia que escribió Mommsen o, directamente, descalificaciones como las que recogía Asimov en su libro divulgativo sobre la República.

Este libro cumple de sobra con las expectativas que tenía. Recorremos la vida del famoso orador romano glosada con textos extraídos de su vasta producción (parece que la correspondencia conservada de Cicerón es tan nutrida que hay épocas de su vida que pueden reconstruirse casi semana a semana. Y hablamos de alguien que vivió ¡hace 2000 años!) y el autor siempre se preocupa de contextualizar las reflexiones y actuaciones del biografiado respecto a la época en que suceden, lo que resulta muy esclarecedor.

En su faceta pública queda perfilado un personaje vanidoso poseído, como muchos contemporáneos de su clase social, por el afán de notoriedad tanto a través de la obtención de posesiones materiales como del desempeño de cargos públicos. En ese sentido, la consecución del consulado (tras una fulgurante carrera en la que desempeñó todas las magistraturas elegido el primero entre todos los aspirantes y con el mínimo de edad que exigía la ley para cada cargo) constituyó el cénit de su carrera política. Paradójicamente la dura (y muy discutida por algunos pues terminó con el ajusticiamiento de ciudadanos romanos sin juicio previo) represión de la revuelta de Catilina, considerada por Cicerón su mayor servicio a la República, fue también el origen de su momento más aciago: los dieciséis meses de destierro, que solo terminaron gracias a la intercesión de Pompeyo. Después, el intento de restitución de la gloria perdida, el proconsulado forzoso en Cilicia, la Guerra Civil y la indecisión sobre cómo actuar, el advenimiento de César con los devaneos para no enemistarse con el dictador, los problemas familiares (su divorcio, el alejamiento de su hermano y el enfrentamiento con su sobrino, la muerte de su hija Tulia) y, tras el asesinato de César, las filípicas contra el tirano (como lo describió Cicerón en múltiples ocasiones) y sus eventuales herederos y, finalmente, la muerte a manos de seguidores de Marco Antonio (acérrimo enemigo).

El libro se cierra con tres curiosos apéndices que recogen la imagen enormemente negativa legada por Mommsen del gran orador a través de su monumental historia de Roma, las conclusiones de un estudio psicoanalítico realizado en los sesenta por Paul Briot y un resumen de la imagen que tenía de sí mismo nuestro hombre.

Ha sido una buena lectura. Un buen libro de historia que nos bosqueja un personaje poliédrico, sediento de gloria civil (la militar siempre le resultó ajena), que estimaba su figura pública en una talla muy superior a su peso real, indeciso en los momentos que exigieron decisión y capacidad de maniobra política y tendente en su correspondencia a dramatizar las situaciones personales y a culpar a otros de sus problemas. También un conservador acérrimo (aunque circunstancialmente no dudó en defender posturas opuestas cuando César y Pompeyo se lo requirieron o cuando lo estimó necesario para salvaguardar su persona) que no estaba dispuesto a consentir ningún cambio en el sistema republicano tradicional y que consideraba los problemas de su época debidos, no a fallos estructurales de dicho sistema, sino a defectos en las personas que desempeñaban los cargos públicos a las que pensaba que se debía eliminar físicamente. Fue también un agudo observador de la vida política de su época, un experto jurista y un eximio orador y escritor. Y esta última faceta es la que le ha permitido llegar hasta nosotros; no envuelto en el frío mármol de las estatuas, sino en el cálido vestido de las letras, que con sus arrugas nos permite conocer a Marco.

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