Augusto
Anthony
Everitt
Como
dice Everitt, Augusto, a pesar de su enorme relevancia en la
historia, es un personaje bastante misterioso. Desde que se libró de
sus rivales y asumió el mando real del Imperio, se envolvió en una
red de mentiras oficiales, publicidad alentada por él mismo y su
entorno, que pretendió cambiar hasta su pasado, dando pábulo
incluso a relaciones familiares ficticias con el ya difunto Cicerón.
También desdibujó su recorrido político que, como en el caso de su
padre adoptivo Julio César, su compañero de consulado Marco Antonio
o su predecesor Sila, estuvo teñido de violencia y sostenido en
contra de la legalidad de la época.
Por
lo tanto, es la vida del joven Octaviano (no sería Augusto hasta
mucho más tarde) la que mejor se conoce. El joven enfermizo pero
bello, astuto y paciente, dotado de una enorme visión política, mal
militar, incluso cobarde en lo que al arrojo físico se refiere y
también hombre salaz y cínico. El recorrido de Everitt por esta
parte de la biografía es muy meticuloso, separando siempre lo que se
conoce con seguridad de lo que son conjeturas y entremezclando la
vida de Octaviano con comentarios sobre la Roma antigua (organización
de las legiones, de la carrera política o del imperio), lo que
resulta un poco aburrido si ya se han leído otros libros sobre estas
cuestiones.
Una
vez convertido en princeps Augusto se preocupó siempre de
ocultar su creciente poder revistiéndose de la dignidad de un
senador cualquiera a la vez que organizaba su sucesión pacífica
mediante acuerdos matrimoniales y relevos en el seno de su familia.
Siempre enalteció a la difunta República y sus supuestas costumbres
auténticamente romanas para difuminar su pasado revolucionario y
dotarse de legitimidad ante el ejército y el pueblo, sin el apoyo
de los cuales el régimen era insostenible.
A
pesar de su meticulosidad, de su capacidad para el cálculo político
y de haber creado una burocracia competente, ninguno de sus planes
para la sucesión salió bien: su mano derecha Agripa, que cubría
sus carencias como militar, murió antes de lo esperado; también los
hijos de la rama Julia; y Tiberio se rebeló contra sus designios.
Finalmente estallaron revueltas familiares entre la facción Julia
(Augusto) y la Claudia (Livia y Tiberio), que sería la que
prevalecería en contra de los planes iniciales del emperador. En ese
aspecto Augusto demostró poca perspicacia, pues en su afán por
dirigir la vida de sus allegados pasó por alto los sentimientos,
logrando lo contrario de lo que buscaba.
Una
buena biografía del emperador, que nunca mezcla el rumor con el
hecho, que ofrece las diferentes versiones conocidas sobre los hechos
no demostrados (por ejemplo, la muerte de Augusto) y que traza una
semblanza realista sobre el personaje, mostrando los aspectos
positivos y negativos. En cualquier caso debió ser alguien
excepcional: calmó una unidad política que llevaba casi un siglo en
guerra permanente (tanto civil como exterior), fundó unos pilares
que se sostuvieron casi quinientos años y fue capaz de darse cuenta
de que Roma había llegado a su máxima extensión posible, que no
era posible en aquel tiempo administrar un territorio mayor.
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