Isaac Newton: una vida
Richard S. Westfall
Westfall dedicó más de
una década hasta redactar su monumental “Never at rest”,
considerada la mejor biografía escrita sobre Isaac Newton.
Naturalmente, conociendo el percal patrio, nadie la ha editado en
castellano. Años más tarde el propio Westfall preparó una edición
resumida de su obra original, despojándola de la mayor parte del
aparato matemático y esa es la biografía que se editó en
castellano (seguramente es la mejor que tenemos, pero es una lástima
que no tengamos la edición completa).
Enfrentarse, aunque sea a
través de un relato indirecto, a una mente como la newtoniana
aplasta literalmente. Llegó a Cambridge de prestado, contrariando
los deseos de su madre, que lo quería dedicado a administrar las
propiedades familiares y que escatimó cuanto pudo el dinero que le
asignaba para su vida universitaria. Su formación científica era la
que proveía el plan de estudios inglés de la época, más próximo
a la Edad Media que al s. XVIII: prácticamente nula.
Desviándose del plan de
estudios del Trinity (también completamente obsoleto, más dedicado
a la Teología que a cualquier disciplina científica), estudió por
sí mismo la Geometría de Descartes antes de conocer la de Euclides,
que también aprendió por su cuenta.
Westfall desmonta el mito
de aquel trienio milagroso (1664-1666) en el que la leyenda dice que
formuló la Ley de Gravitación Universal y su teoría de los colores
y además desarrolló el cálculo infinitesimal y su famoso binomio.
En realidad el binomio quedó resuelto pero las otras tres grandes
construcciones estaban solo en fase germinal, a pesar de lo cual
aquel Newton de menos de treinta años ya era el mayor matemático de
Europa y también un completo desconocido, dada su inseguridad y su
aversión a polemizar, que lo empujaban a posponer una y otra vez
cualquier publicación de su trabajo. De hecho, el único trabajo
destacable que dio a conocer fue su teoría de los colores, solo por
la insistencia de Oldenburg, y le supuso disputas con Hooke, Huygens
y otros lo que le retiró de la imprenta durante más de diez años.
Westfall nos presenta un
Newton autodidacta cuyo trabajo no obedecía a un plan previsto:
ponía el foco en diferentes temas (los que le interesaban en cada
momento) y podían transcurrir lustros hasta que volviera a trabajar
sobre una idea previa cuyo desarrollo dejó a medias.
Así, tras el famoso trienio 1664-1666, abandonó la filosofía
natural y durante diez años se centró en la alquimia y sobre todo
en la teología, tema sobre el cual escribió más que sobre ningún
otro, llegando a tener un conocimiento milimétrico de las
Escrituras. El estudio de la Biblia y otras fuentes le condujo a la
conclusión de que la fe se había corrompido, abandonando las ideas
trinitarias y abrazando, en el más absoluto secreto, el arrianismo.
De hecho, guardó silencio sobre la cuestión religiosa hasta su
muerte y durante cincuenta años solo unas pocas personas supieron de
su herejía (en el lecho de muerte rechazó los sacramentos).
Fue
la aparición del cometa, más tarde bautizado Halley, y la
correspondencia que mantuvo con el astrónomo sobre su órbita, lo
que provocó su vuelta a la filosofía natural y, retomando sus
trabajos de diez años antes, lo que le condujo a la elaboración de
los Principia,
que le llevó tres años intensos. Su publicación lo erigió en
figura una internacional, con influencia académica y le dio acceso a
los círculos políticos londinenses.
En
1693 sufre una crisis personal cuya causa se desconoce (¿depresión?)
que lo apartó del recién estrenado intercambio epistolar con otros
científicos. Superada la crisis, con la universidad de Cambridge
sumida en el marasmo económico y ya en la cincuentena, consciente de
que era el fin de su periodo creativo (de hecho, ya solo trabajaría
en el desarrollo de ideas elaboradas con anterioridad), pone en
marcha gestiones para trasladarse a Londres, donde consigue el puesto
de intendente en la Casa de la Moneda, a la que dedicó siete años
intensos que también aprovechó para adquirir un papel prominente en
la vida pública. Pasado el pico de trabajo en la Casa de la Moneda,
dirigió su atención a la presidencia de Royal Society, cargo que
consiguió y en el que se mantuvo durante veinte años. Veinte años
en los que, con su inmensa capacidad organizativa y su incapacidad
para dejar pasar el tiempo sin cumplir alguna obligación, saneó las
cuentas de la institución y elevó el nivel de los trabajos
expuestos y publicados.
Fueron
esos primeros años al frente de la Royal Society, después de haber
muerto Hooke -con el que mantuvo disputas personales y profesionales
permanentes-, los que vieron la publicación de la Óptica,
expuesta de un modo más descriptivo que los Principia,
por lo que tuvo aún más difusión e impacto. Como apéndice a la
óptica aparecieron sus trabajos (de más de veinte años atrás)
sobre el cálculo diferencial, lo que avivó la polémica con Leibniz
sobre la primacía en el descubrimiento y condujo a ambos a un
visceral intercambio de cartas (a veces mediante terceros) que solo
finalizó con la muerte de Leibniz. También en esa época mantuvo la
amarga polémica con el astrónomo Flamsteed, que llevaba treinta
años elaborando un atlas astronómico y no lograba su publicación.
Newton decidió costearla a través de la Royal Society imponiendo un
orden de publicación y unos contenidos concretos, los que él
necesitaba para sus estudios sobre la luna, a lo que Flamsteed se
negó; solo tras su muerte conseguiría el pobre Flamsteed que sus
herederos publicaran el atlas tal y como él deseaba.
En
los años finales nos encontramos con un Newton en una posición
económica desahogada, ocupado siempre en alguna actividad
intelectual (la teología y el pulimento de las ediciones de los
Principia,
que siempre consideró su máxima realización) y convertido en la
gran figura intelectual de su tiempo.
Gran
biografía de Westfall, que separa siempre las conjeturas de los
hechos y nos muestra lo que se puede saber del hombre (malo y bueno)
y el esfuerzo titánico que le supuso construir su enorme legado
intelectual.
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