jueves, 23 de febrero de 2012

Los ensayos de Montaigne

Ensayos
Michel de Montaigne

El Señor de la Montaña. Así llamaba Quevedo a Montaigne, quizá con cierta sorna. Ese noble francés del Renacimiento que decidió retirarse del mundo, recluirse en sí mismo, dedicarse a pensar, reflexionar, leer, escribir... De aquella decisión surgieron una serie de escritos que el propio Montaigne reunió bajo el título Ensayos, bautizando así todo un género mezcla de investigación, erudición, tanteo y expresión de ideas.

Es curioso cómo se llega a veces a un libro. Yo llegué a este solo porque encontré en una librería la edición de Acantilado. Viendo ese tomo grueso, de páginas color vainilla con ese tacto tan suave decidí comprarlo y comenzar la lectura. Aquello sucedió en 2007 y cinco años después aún estoy a la mitad del viaje. Y seguramente cuando lo termine volveré a empezarlo.

No existe ninguna organización en estos ensayos. Parecen escritos solamente siguiendo la apetencia del autor; quizá una lectura que hiciera, un suceso al que asistiese, una conversación que mantuviera sembraron en él la necesidad del ensayo correspondiente. Tampoco hay unidad temática: en un ensayo puede hablar de cómo guerreaban los partos y en el siguiente de los libros, de la pedantería y del asesinato de César, de si es mejor que una finca esté vigilada o no y de la idea de que filosofar es empezar a morir. Un libro construido alrededor de las citas, que Montaigne usa con largueza y que glosan permanentemente cualquiera de los temas que Montaigne trata.

A pesar de las citas, del título de los escritos y de la distancia temporal que nos separa de este Señor de la Montaña, durante la lectura nos sentimos cerca de él. Es como tratar a un amigo. Quizá porque, como el propio Montaigne señaló en el prólogo de sus ensayos, “yo mismo soy la materia de mi libro”.

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