lunes, 15 de octubre de 2012

Los Césares


Los Césares
y otras obras selectas
Thomas De Quincey

Los Césares

Las circunstancias de los emperadores romanos nunca se han valorado en su justa medida, ni se ha considerado hasta qué punto fueron únicas.”

Con esta prometedora frase arranca De Quincey su ensayo, en el que se propone estudiar la trayectoria de los emperadores romanos. Quizá promete algo que luego no da.

Arranca De Quincey la saga de los césares con los de la gens Julia (Julio César -al que considera el primer emperador-, Augusto, Tiberio, Claudio, Calígula y Nerón) pero no describe sus gobiernos, sino que refiriere anécdotas de sus vidas privadas para componer un retrato un tanto maniqueo de cada uno de ellos. A pesar de ello la prosa, como siempre en De Quincey, es opulenta y al placer de leerle se unen las impagables anécdotas del sanguinario Calígula y los intentos de Nerón de asesinar a su madre Agrippina empleando diversos ingenios mecánicos. Cuando termina con la casa Julia, indaga en las posibles causas del comportamiento de sus miembros más desequilibrados y aventura dos hipótesis: la primera, compuesta por tres causas, se sustenta en que la población de Roma, tras las guerras civiles, ya no era la que pobló originalmente la ciudad, sino el resultado del mestizaje con asiáticos (aquí De Quincey es como sus contemporáneos y desprecia todo lo oriental), además la religión de la época era muy arcaica y no imponía modelos de conducta y en tercer lugar, el espectáculo del Circo hizo sentir la vida como algo frívolo; la segunda hipótesis, más sencilla, supone que Calígula y Nerón simplemente estaban locos.

Prosigue De Quincey su particular clasificación de los emperadores romanos agrupando a continuación a los césares comprendidos entre Cómodo y Felipe el Árabe, tratando previamente, al margen de su clasificación de los emperadores en series, los reinados de Adriano, Antonino Pío, Marco Aurelio y Lucio Vero (a los que llama emperadores patriotas y saltándose, sin dar ninguna explicación, a Domiciano, Nerva y Trajano). En este caso el enfoque deja de ser anecdótico y se describen los sucesos principales de cada reinado, indagando también en las causas de la decadencia.

De Quincey delinea una tercera saga de césares que empezaría con Decio y aprovecha esta secuencia de emperadores para extraer las conclusiones de su ensayo, incluyendo finalmente una cuarta serie de soberanos que arrancaría con Diocleciano.

En general el ensayo es algo desorganizado. Agrupa a los emperadores arbitrariamente sin dar explicaciones de los motivos de esas series de césares. Se salta emperadores muy importantes sin hacer el más mínimo comentario y el criterio que emplea para extenderse o no en los hitos de cada reinado es inescrutable para el lector. Pero por encima de cualquier otra consideración, se lee con gusto y muestra gran erudición.

Otras obras selectas

El volumen de Valdemar se completa con otros tres ensayos. Uno sobre Judas, en el que se enfoca al personaje como intérprete político de las enseñanzas de Cristo para restaurar la Casa de David. Otro sobre Homero, en el que cita los primeros trabajos, basados en el estudio lingüístico de sus obras, que conjeturan la posibilidad de que Homero sea una figura ficticia y la “Iliada” una acumulación de modificaciones realizadas por manos anónimas. El tercero y último reivindica la figura de Heródoto como prosista e historiador.


La edición, como siempre en Valdemar, es lujosa y está cuidada al detalle. El único pero que le pongo son las inexistentes notas a pie de página (se encuentran todas al final del volumen), que vendrían muy bien para consultar la traducción de las abundantes citas latinas y griegas.

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