martes, 25 de octubre de 2011

El rumor de la montaña


El rumor de la montaña
Yasunari Kawabata
 
Así comienza el libro: con Shingo escuchando el rumor de la pequeña montaña que linda con su jardín. En la contemplación de la naturaleza (el cerezo en flor, el canto del milano, el arce rojo, la perra Teru y sus cachorros) la prosa de Kawabata se vuelve radiante, jubilosa. Para las personas reserva la inquietud, la soledad, las dudas.

Shingo es un hombre casado que ha cumplido ya los sesenta en cuya casa viven también su hijo y la mujer de este. Conforme progresa la narración diversas vicisitudes harán que la casa sea el refugio de otros miembros de la familia, lo que no impide que exista una gran sensación de soledad y desamparo en todos ellos. Expectativas frustradas, acontecimientos imprevistos y afectos no correspondidos marcan sus existencias si bien todos mantienen una aparente calma, comportándose como imaginan que los demás esperan que se comporten.

Entre la grisura también se abren paso rayos de luz: la peregrinación a un templo con una de las nietas, la compra de unas antiguas máscaras de teatro kabuki (¡quizá el fragmento más hermoso de todo el libro!), pequeños gestos y atenciones cotidianas que todos dan y reciben con agrado...

Y por encima de todo la escritura de Kawabata tan sutil, tan decapada, tan precisa que casi se diría que no está, que no se ha hecho ningún esfuerzo para plasmar esas emociones en un texto. No hay nada barroco en el maestro japonés, nada superfluo: todo está al servicio de la belleza y de la emoción.

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